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  • El libro del mes

    El Fuego Verde

    Verónica Murguía

    Historia medieval de cuando los elfos y espíritus del bosque aún existían y los bosques llenaban la tierra como un mar verde

  • El disco del mes

    Ma Fleur

    Cinematic Orchestra

    Excelente disco de Acid Jazz que cuenta con la colaboración de importantes voces como la de Fontanella Bass y Patrick Watson

El hoyo en la pared

Hay un pequeño hoyo en la pared de mi habitación, suelo asomarme a través de él para contemplar lo que hay afuera. He visto amaneceres y atardeceres, anhelos y decepciones, cerrazón y templanza, he visto el mundo y también de vez en cuando solo neblina blanca.

 

Un día miré a través del pequeño hoyo y observé un pequeño ser, casi humano, inmóvil, que me observaba, era como una diminuta versión de una persona, de apenas quizá dos centímetros de altura, que vestía ropas color verde con olanes blancos, casi como un traje típico de alguna región irlandesa. Me quedé atónito, despegué la mirada por unos segundos mientras cavilaba lo que acababa de observar, me restregué los ojos incrédulo y nuevamente me asomé, el diminuto ser de ropajes verdes seguía ahí, pero ya no estaba inmóvil, ahora danzaba frenéticamente alrededor de una mesa de banquetes tan diminuta como él mismo, dispuesta para recibir tal vez a una docena de invitados por la cantidad de comida miniatura que había sobre ella. Todo lucía suculento, y por un momento deseé encogerme hasta su tamaño y ser parte del convite, pero no sucedió, lo único que pude hacer fue seguir contemplando la impetuosa danza que aquel ser ejecutaba. Tuve el impulso de hablarle y hacerle mil preguntas que rondaban mi cabeza pero temí que ni siquiera habláramos el mismo idioma o tal vez el volúmen de mi voz que para mi resulta normal, para él representara una fuente de insoportables decibeles, cualquiera que fuera la razón, permanecí en silencio, observándolo por largo rato. No me percaté en qué momento el sueño me venció.

 

Cuando desperté algunas horas después, recordé al pequeño personaje de verdes ropajes y de inmediato me asomé por el hoyo de la pared, para mi sorpresa, había desaparecido todo indicio de su presencia, tampoco la mesa de banquetes estaba ahí y seguramente los invitados ya se habían marchado. Sentí una tremenda decepción, parecida a leer un cuento y no haber llegado nunca a conocer el final.

 

Desde aquel día, invariablemente me asomo al hoyo de la pared, con la esperanza de volver a ver al diminuto ser y quizá algún día ser parte del banquete, hasta hoy, no lo he vuelto a ver…

Cuento para una amiga…

 

Me pareció conocida, como si no fuese la primera vez que nuestros mundos se intersectaban. Me encontraba a punto de cruzar la calle cuando ella se detuvo junto a mi. Por más que me esforzaba no lograba atinar cómo es que me era tan familiar.

 

Ella tenía colocados los audífonos y tarareaba una canción de moda, sin importarle en lo más mínimo la gente a su alrededor. Miré por encima de su hombro y pude ver una lista ordenada de canciones en la pequeña pantalla de su iPod.

 

De pronto esas canciones me remontaron a viejos recuerdos, tal vez almacenados en alguna parte de mi mente o tal vez fruto de mi más surrealista conciencia. En mi evocación la recordé con aquel vestido rojo que le sentaba tan bien. Hacía tanto tiempo que me costaba trabajo visualizarla. En ese entonces le había pedido su teléfono sin pensarlo dos veces, y tiempo después, tras la duda y la indecisión, habíamos acudido a aquella primera cita en la que descubrimos las cosas que teníamos en común, como que éramos del mismo barrio y que nos gustaban los animales.

 

Recordé aquel rincón en el que solíamos tomar café por las tardes, que fue testigo de nuestros desvelos, nuestras risas y nuestros sueños.

 

Recordé los caramelos multicolor que me había regalado, a cambio de no olvidar su bebida favorita.

 

Recordé la emoción de haber formado aquel dueto de violín y guitarra, con el que juntos recorrimos el mundo, armonizando a la perfección y comunicando en un lenguaje intangible pero claro para nosotros.

 

Recordé cómo se balanceaba en el aire cuando intentaba escalar una escarpada pared de roca, mientras yo le gritaba que bajara de ahí. Siempre le atrajeron las emociones fuertes y eso era lo que más me gustaba de ella, audaz y encantadora.

 

Recordé cuando subió a su auto y arrancó a gran velocidad, entonces entristecí y la eché de menos. No habría más recorrido gitano por el mundo acompañados de violín y guitarra, no la vería más en su vestido rojo ni habría más tardes de café, no más caramelos ni galletas y no más tés chai sin lactosa.

 

Recordé que el corazón existe para que te lo rompan…

 

Cuando más entristecido por su partida me encontraba, un sonido de claxon me hizo mirar la luz que había pasado de rojo a verde, sin embargo, por alguna razón ya no deseaba cruzar la calle. Ella me miró para regalarme la más tierna de las sonrisas. Tal vez era un nuevo personaje que yo había creado en alguna noche de desvelo, o tal vez nos habíamos conocido en alguna vida pasada. No lo sé.

 

– Que buenas canciones tienes en tu iPod – Le dije sonriendo.

 

 

Cómo sobrevivir a un 14 de febrero

Sonó el despertador, y sus sueños se diluyeron como por arte de magia.

 

– ¡Las seis! – Murmuró entre dormida y despierta.

 

Su primer deseo fue el de volver a acurrucarse y retomar el hilo de aquel sueño que si bien no era hermoso, al menos valía la pena conocer el desenlace, después de todo, eso hacía todas las mañanas hasta que su despertador se hartaba de emitir sonidos. Sin embargo, esta mañana era diferente, recordó que tenía una cita con aquel misterioso hombre que había conocido varios meses atrás en un sitio Web de citas, después de innumerables y agradables charlas, por fin habían acordado un encuentro en persona, ella incluso había mentido en su trabajo para asegurarse el día libre.

 

Se incorporó de la cama con mucho más entusiasmo que los otros días. Cuando terminó de bañarse se esmeró particularmente en su arreglo personal. Destapó aquel perfume que comprara en navidad y que había guardado para ocasiones especiales. Arregló su cabello y lo ató con la cinta azul que consideraba de buena suerte. Recordó las palabras que su amiga Verónica le había dicho durante la cena de la noche anterior:

 

– ¿De verdad estás segura de querer conocerlo? Solo tienes su foto, debes tener cuidado y asegúrate  de que la cita sea en un lugar público – Decía.

– ¡Claro que quiero conocerlo!… es muy guapo en su foto y creo que podría ser el amor de mi vida, además va a ser perfecto conocerlo precisamente el 14 de febrero, no hay nada más romántico – Respondió.

– Pues insisto en que tengas cuidado y sobre todo no te enamores de él en la primera cita – Dijo su amiga Verónica.

 

Con estas palabras en la cabeza, se acomodó el abrigo, tomó las llaves de la vieja mesa de roble y salió con rumbo a la cafetería que serviría de escenario para el ansiado encuentro.

 

– «No te enamores de él en la primera cita», como si no estuviera ya enamorada de él – Se repetía. Nunca se había atrevido a confesar sus sentimientos durante las sesiones de chat que ambos sostenían, y no sabía por qué. Quizá tantos fracasos amorosos en el pasado le llenaban de miedo el corazón. Aún así, estaba dispuesta a correr el riesgo y jamás perdía la esperanza de que esta vez fuera la definitiva, incluso usaba como protector de pantalla la foto que aquel hombre misterioso le enviara, como si fuera su mayor tesoro.

 

Llegó al café media hora antes de la hora acordada.

 

– Bienvenida señorita, ¡feliz 14 de febrero!

– ¡Gracias! Es un lindo día ¿no le parece? – Respondió… – Las cosas siempre suceden por algo – Dijo para si misma.

 

Pidió un expreso y se acomodó en unos de los mullidos sillones, no pudo hacer más que dejar que su imaginación volara, se vio a si misma envuelta en un apasionado idilio de novela, también pudo imaginar su futuro más lejano, en él se veía disfrutando de una hermosa familia, al lado de aquel hombre misterioso que ahora parecía tan cercano.

 

– Me inspira confianza, es educado y amable, además de guapo, es como el hombre que siempre soñé – Pensaba.

 

Había pasado una hora desde que llegó al café y aún estaba sola. – Tal vez mi celular se apagó y no pueda comunicarse conmigo – Pensó. Tan pronto sacó el teléfono de su bolso comprobó que funcionaba perfectamente y no tenía llamadas ni mensajes desde el día anterior. – Seguramente está atorado en el tránsito, no debe tardar en llegar – Dijo para si misma.

 

Tomó una revista y comenzó a leer un artículo que hablaba sobre cómo conseguir enamorar a cualquier hombre, trató de memorizar los consejos, uno de ellos en particular: «Conquístalo con tu sonrisa, regálale la mejor que tengas». Siempre había sido elogiada por su sonrisa, desde que era una niña, era su arma más poderosa.

 

Había leído una docena de artículos más cuando se percató de la hora – Nadie llega dos horas tarde a menos que no piense llegar – Murmuró para sus adentros. Se sintió triste, enojada, decepcionada, desesperanzada; había mentido en su trabajo para tomarse el día y ahora sentía que había sido en vano, no le importaban las razones por las que su ansiada cita no se había presentado, sabía que era el principio del fin, o el fin de lo que no tuvo principio.

 

Lloró lo más disimuladamente que pudo, no quería llamar la atención de los clientes de la cafetería que parecían envueltos en una nube rosa de 14 de febrero. Se sentía desolada y casi sin pensarlo siguió hojeando la revista.

 

– «Conquístalo con tu sonrisa»… ¡claro, si tuviera a quien conquistar! – Se repetía. Se limpió la última lágrima que estaba dispuesta a derramar por aquel hombre que había perdido la oportunidad de conocerla. En cuanto regresara a casa lo borraría para siempre de su corazón, de sus «cibercontactos» y de su protector de pantalla.

 

Con determinación decidió salir de la cafetería y volver a casa, dejó a un lado la revista y se formó en la fila para pedir un café para llevar. Se percató de que el hombre que se encontraba delante de ella en la fila era muy apuesto, cargaba un portafolio de computadora que se hallaba parcialmente abierto, un sobre asomaba por la ranura a punto de caer, así que ella le tocó el hombro.

 

– Disculpe, su portafolio está abierto y está a punto de perder un sobre» – Dijo ella.

– Ah, muchas gracias, es una fortuna que no se haya caído, es un sobre muy importante – Respondió el hombre.

– No hay de qué – Dijo ella.

– ¿Se encuentra usted bien señorita? Se le ve muy triste y con señales de haber llorado – Dijo aquel hombre.

– Si, estoy bien, es solo que no me gusta el 14 de febrero – Respondió ella.

– Bueno, a mi tampoco, me recuerda que estoy solo pero ¿sabe algo? sólo es una fecha, cualquier día debería ser un buen día – Contestó él.

– Tiene razón, pero a veces las cosas no son como quisiéramos que fueran… ¿qué se hace en estos casos para mejorar el día? – Dijo ella.

– Bueno, las cosas nunca son como quisiéramos, y esos son los retos que tenemos que enfrentar, eso es lo hermoso de la vida – Dijo aquel hombre.

– Nuevamente tiene razón, pero por ahora no se me ocurre como cambiar mi suerte – Respondió ella.

– Pues si no tiene planes para hoy podemos sentarnos a discutir sobre la suerte y la vida, yo pago el café – Dijo él.

 

Ella sintió que el día comenzaba a mejorar, lo miró y le regaló la mejor de sus sonrisas…

Amor incondicional

– ¿Pero qué es ese olor? ¡Es delicioso! Parece que alguien está cocinando allá abajo, en la vieja estufa que casi nunca se usa; creí que solo servía para guardar cazuelas en el horno y hospedar de vez en cuando aquellas odiosas hormigas y otros insectos invasores contra los que tengo que lidiar.

Definitivamente debería bajar para ver quién está cocinando y sobre todo qué es lo que prepara, pues seguramente alcanzaré una porción, o al menos eso espero.

Rara vez me dan ganas de levantarme del sillón, ¡es tan cómodo! Y me he ganado a pulso el derecho de utilizarlo, ahora es mío y sólo mío, nadie más lo usa porque siempre lo tengo acaparado, es mi lugar favorito de la casa; en las mañanas es cálido porque el sol del alba le da directo y por las tardes se mantiene tibio y mullido, ideal para descansar de tantas obligaciones que tengo que cumplir durante el día… pero el olor de la cocina es tan tentador, ¡tengo que bajar!

Ahora que me dirijo hacia las escaleras que dan a la cocina, creo que puedo hacer una escala y detenerme para mirar por la gran ventana que da a la calle. Me gusta observar hacia afuera y enterarme de las novedades del  vecindario. Ahí va el niño de la gorra graciosa, como siempre en su bicicleta, seguramente se dirige a la carnicería como cada semana. También puedo ver a la señora que usa un perfume con olor a galleta, va doblando la esquina y lleva una bolsa con viandas, lo sé porque me he encontrado con ella en varias ocasiones en esa misma esquina cuando regreso de mi caminata vespertina y siempre carga la misma bolsa con viandas. Más a lo lejos viene el camión que recoge la basura, no me gusta el sonido de la campana que usan para avisar de su presencia, preferiría que tocaran a la puerta de cada casa como lo hace el cartero, varias veces les he gritado desde esta misma ventana que dejen de producir ese sonido tan desagradable, pero no parecen escucharme y siguen empeñados en lastimar mis oídos.

Por poco olvido el olor de la cocina, mis reclamos hacia la campana del camión de la basura deberán esperar, pues temo que si tardo demasiado en bajar, el guiso que huele tan bien se termine y no alcance a probarlo.

¡Es Jaime quien está cocinando! – ¡Hola Jaime, qué feliz me siento de verte! Eres el único con el que comparto mi sillón y aunque estábamos acomodados en él hace apenas una hora, para mí es como si te hubieras alejado por una semana. ¿Qué estás cocinando? ¿preparaste suficiente para los dos? Tus manos huelen a macarrones con queso, si te acercas un poco más te daré un beso en la mejilla o haré cualquier cosa que te haga feliz, sabes que solamente tienes que pedírmelo y pondré mi mayor esfuerzo en complacerte. ¿A dónde vas? ¿es ese mi collar? ¿significa que saldremos? ¡genial! Me encanta la idea y después regresaremos a comer los macarrones con queso ¿verdad?

– !Hola pequeño! No me había dado cuenta que estabas aquí, creí que seguías en el sillón, aunque también me pareció escuchar que estabas ladrándole al camión de la basura como siempre. Ven para que pueda colocarte el collar y la correa, daremos un paseo antes de comer…

¡Vaya día!

– Hoy no tengo ánimo ni de recordar las cosas que me sucedieron durante la jornada, por ahora lo único que me importa es que por fin estoy en casa… ¡qué tráfico y que manera de perder la vida sentado en el auto!

– ¡Muero de calor! hoy me beberé esa cerveza que lleva mil décadas en el refrigerador, espero que el añejamiento le haya sentado.

-Que mala suerte, hacía tanto que no destapaba una que había olvidado que no tengo un destapador, ¿servirá una cuchara?

-Fue fácil, además ¡sabe deliciosa con este clima! pero me estorban los zapatos, que bueno que son mocasines y salen con facilidad, además esta corbata me ahorca y el saco me está matando, pero no quiero soltar la cerveza… no hay modo… la tendré que dejar sobre la mesa… ¡adiós saco y corbata!

-Un sorbo más… que fortuna tener dos manos, puedo desabrochar mi cinturón con una mientras sostengo la botella con la otra… ahora mis pantalones han caído, creo que combina bien mi boxer de Ferrari con mis calcetines de rombos… ahora ¿qué más? ¡la camisa por supuesto!

-Hace falta algo de música así que encenderé el estéreo…  102.1 Arjona, 103.2 The Police, 107.1 Mecano… ¡pero qué tonto! tengo aquí mismo mi reproductor de MP3… ahora si… conectado…

-Me terminé la cerveza, pensé en botar la botella pero he decidido conservarla porque voy a necesitar un micrófono… todo listo… ¡Play!

De los que ya no hay

– Sólo serán unos días – Había dicho mi jefe.

– Diablos! No tengo tiempo – pensé para mis adentros. No me complacía hacerla de guía de turistas ni visitar lugares que ya conocía solo para que un desconocido extranjero tomara fotos y me dijera lo bella que es la ciudad, ¡como si no lo supiera!

Hacía una semana de aquella conversación y ahora me encontraba en el aeropuerto, afuera de la zona de llegadas internacionales, sosteniendo un letrero con el nombre de aquel eminente «computólogo», traído desde lejanas tierras: «Brandon».

En la oficina se preparaban las correspondientes amenidades para agasajarlo. Se había contratado una agencia de edecanes que estarían  situadas en la entrada principal. También le aguardaba una mesa repleta de viandas con un elegante servicio de meseros. El personal de la empresa había sido «invitado» a la recepción con la condición de llevar vestimenta formal y por supuesto se había contratado un taxi ejecutivo que solamente incluía vehículos Mercedes Benz en su flotilla. Demasiado para mi gusto.

El misterioso invitado se había labrado una excelente reputación en el mundo de la informática debido a su capacidad técnica y su impresionante currículum vitae, prácticamente había rescatado a cada una de las grandes corporaciones líderes de la industria con el resultado de sus servicios. Su salario era exorbitante y se decía que ninguna otra persona en el mundo tenía tan desarrollada su capacidad tecnológica y analítica.

– Seguramente es un estirado que cobra hasta por respirar y tal vez ni se digne a mirar a un empleado modesto como yo – Me dije.

Exactamente faltando un cuarto para las ocho de la mañana, los monitores indicaron la llegada del vuelo cuyo número tenía registrado en mi pequeña libreta de apuntes, procedente de New York . A los pocos minutos los pasajeros comenzaron a salir a través de los detectores de metal de aquella sala de espera.

Un hombre mayor avanzó hacia mi con un aire de prepotencia que me hizo suponer que era el esperado invitado, estaba a punto de abrir la boca para saludarle cuando otro hombre se le aproximó y le obsequió un fraternal abrazo. Ambos se dirigieron a la salida. Volví la mirada hacia donde los recién llegados continuaba saliendo.

Un joven que vestía ropa de diseñador me dirigió una sonrisa y se acercó hasta mi, le extendí la mano para saludarle, me miró un poco extrañado pero estrechó mi mano.

– Tú debes ser Brandon – le dije, intentando mostrar mi mejor sonrisa.

– Eh… no, soy Steve, solo quiero saber por dónde es la puerta número cinco – respondió.

Le señalé hacia el fondo del pasillo. Me agradeció inclinando ligeramente la cabeza y se alejó en la dirección indicada.

De pronto escuché una voz con acento extranjero por encima de mi hombro :

– Hola, creo que tú eres mi anfitrión – dijo.

Se trataba de un joven bien vestido pero nada ostentoso. Llevaba pantalones de algodón color caqui, zapatos de gamuza color café, una chaqueta de piel y un sombrero tipo fedora.

– ¿Brandon? Le dije, con cierto aire dubitativo.

En efecto – respondió, – Ese es mi nombre, por lo menos hasta que mis acreedores me encuentren – soltó una alegre carcajada.

Nos encaminamos hacia el taxi ejecutivo mientras le hacía las preguntas de rutina, sobre el vuelo, sobre el clima, sobre el servicio de la aerolínea . Al llegar al taxi esperé naturalmente a que el chofer nos abriera la puerta casi sin voltear a verlo, sin embargo Brandon le saludó amablemente, estrechó su mano con una sonrisa en el rostro, como si se tratara de un conocido cercano, le preguntó su nombre y lo más sorprendente fue que el mismo Brandon abrió la puerta del chofer y la mía – Adelante caballeros – dijo acto seguido.

Intenté disimular la incomodidad que me produjo la situación. Brandon había elogiado la corbata del chofer, me di cuenta de que yo ni siquiera me había percatado de su vestimenta, tampoco le había visto el rostro, a pesar de que viajé con el mismo chofer durante una hora hacia el aeropuerto, por supuesto jamás le pregunté su nombre. Sebastián, por cierto.

– ¿Qué opinas sobre la liga de campeones? – Pregunté a Brandon con el fin de hacer plática.

– Bueno, ya está fuera mi equipo favorito, el Barcelona, pero creo que vienen buenos encuentros. ¿Y a ti qué te parece el torneo Sebastián? – dijo Brandon dirigiéndose al taxista.

– Pues mientras el Manchester sigua en pie yo conservo las esperanzas señor – respondió el taxista con una amplia sonrisa.

Brandon rió.

– Ojalá gane tu equipo Sebastián, y si es así yo te mando una botella de vino de mi país, ¿qué te parece?

El taxista sonrió sin atreverse a aceptar aquel ofrecimiento, pues las políticas de los taxis ejecutivos no permiten recibir regalos de los clientes.

– ¿Sabes? Tengo un poco de hambre, la comida a bordo no era nada generosa, pidámosle a Sebastián que nos lleve a un restaurante que quede de paso – dijo Brandon.

– Hay un inconveniente – respondí – te han preparado un banquete especial en la oficina.

– Vaya, que mala suerte. No quiero verme desagradecido pero no me gustan las recepciones con bombo y platillo, son tan artificiales e indignas para la gente que es obligada a cumplirlas con el fin de recibir a alguien que ni siquiera conocen y a quien obviamente no aprecian, pero son inevitables. Vamos pues – dijo.

Me intrigaba aquel hombre, no era nada de lo que yo había imaginado, no había prepotencia por ningún lado, no era altivo ni menospreciaba a la gente que le servía.

Al llegar a la oficina, toda la comitiva de recepción se encontraba aguardando. Brandon descendió del taxi, le dirigió una amable sonrisa al chofer – ¿Te quedarás a almorzar con nosotros Sebastián? – preguntó.

– Oh, no señor, muchas gracias, tengo que regresar a recoger a otros clientes -respondió el taxista.

– Es una lástima. Bueno, ha sido un placer viajar a bordo de tu auto, tengo tus datos en la tarjeta, así que si gana el Manchester prepárate para celebrar con el vino que te prometí  – dijo Brandon mientras estrechaba la mano de aquel hombre al que apenas conocía.

– ¡Bienvenido Brandon! ¡Es un placer tenerte aquí! – saludó estruendosamente el director de la compañía mientras abría los brazos.

– Muchas gracias, no sabía que tanta gente me recibiría, de lo contrario me habría ataviado mejor, no quisiera ser una molestia – dijo Brandon.

– ¿Molestia? – Respondió el director – Oh no, al contrario, estábamos ansiosos de recibirte.

El evento de bienvenida se desarrolló entre risas, sonidos de copas chocando, meseros deambulando con charolas repletas de suculentos bocadillos, manos estrechando otras manos y un sin fin de comentarios sin trascendencia.

Yo no podía evitar tratar de estar cerca de Brandon, quería escuchar lo que decía, conocer un poco más de su trato hacia otras personas, contagiarme de su entusiasmo y su sencillez.

Cuando el director preguntó quién se ofrecía a mostrarle la ciudad a nuestro huésped, fui el más elocuente y entusiasta para ofrecerme. Me sorprendió darme cuenta que apenas unos días antes me pesaba imaginar que me eligieran a mí para dicho encargo y ahora voluntariamente me estaba haciendo responsable.

Por la tarde de aquel día había programada una comida de trabajo con el personal de Sistemas, nos acompañaban a la misma mesa varias colaboradoras del sexo femenino de diferente rango, desde asistentes hasta directoras de área. Además de los temas de trabajo, Brandon nos mantuvo cautivados toda la velada con frases interesantes y amenas, de vez en cuando soltaba algún comentario gracioso que hacía que todos riéramos alegremente. Cuando alguna de mis compañeras vaciaba su vaso Brandon llamaba de inmediato al mozo – Disculpe caballero, la señorita tiene su vaso vacio, ¿sería tan amable de traerle otra bebida por favor? – Decía. No parecía ser el invitado, parecía más el anfitrión.

Después de la comida hubo varias reuniones con el director y una conferencia en la que Brandon nos expuso un caso real para ejemplificar cómo el liderazgo dentro de las áreas de sistemas puede ayudar a las empresas a minimizar las pérdidas económicas y a maximizar el uso de tecnología. Sin duda el tema me interesaba, pero lo que verdaderamente me atrapaba era cada vez que Brandon dejaba de lado el lenguaje de negocios y hacía algún comentario que ocasionaba una sonrisa de los asistentes. Parecía tener siempre algo bueno que decirle a cada persona, a cada uno de los que nos encontrábamos presentes, sin excepción.

Es el final del día, la conferencia terminó y me encuentro en el taxi con Sebastián intercambiando comentarios sobre la liga de campeones. Ya sé el nombre de sus hijos, de su esposa y me ha prometido que si recibe la botella de vino que Brandon ha ofrecido enviarle, me invitará a pasar la tarde en su casa con su familia. Mientras tanto estamos esperando a que Brandon termine de despedirse y de dejar una sonrisa en el rostro de cuanta persona se encuentra por los pasillos. Voy a llevarlo a conocer la ciudad y me siento afortunado de haber sido designado como su guía de turistas. Confieso que estoy un tanto ansioso de que llegue, pues desde este momento y hasta que lo deje en su hotel, tendré la oportunidad perfecta para convivir de cerca con un caballero de los que ya no hay, y con suerte aprender algo de la experiencia.

Aquí viene ya…

La espera

El reloj marca la una mas un cuarto. Hace ya cuarenta y cinco minutos que él aguarda, impávido, desgarbado, estático, con la mirada en el horizonte, mira sin observar. Su mente se encuentra ausente, pero su presencia en aquel sombrío lugar sigue intacta.

Las manos en los bolsillos le delatan, la impaciencia le asalta y la duda lo desgarra. Su única distracción es la mesa de billar que tiene enfrente. La contempla, se imagina tomando el taco de madera, colocándose en posición inclinada sobre la mesa, fijando la vista en el centro de la brillante bola blanca y ejecutando un movimiento de brazo tan perfecto que cada objeto sobre el paño verde es tocado en el punto exacto para terminar con una carambola impecable. Sin embargo, nada de eso está sucediendo, él sigue de pie en el mismo lugar y se da cuenta que su mente busca desesperadamente escapar de la realidad. Ocasionalmente levanta un poco la mirada y observa las botellas vacías en las mesas del fondo, sin animarse a pedir una que le ayude a abstraerse del entorno.

 Dos hombres sentados en la mesa mas próxima le invitan a beber. Él sonríe con amabilidad pero declina la invitación. Los hombres impávidos mantienen la vista en sus copas, adormilados, ausentes, juntos pero solitarios, sumergidos en su propio mundo, ocultando cualquier gesto delator bajo el sombrero. Él se percata de que no hay muchos clientes a esa hora. Al fondo, otro hombre duerme sobre una mesa, utilizando sus brazos como almohada sobre la que reposa el rostro. En la esquina dos mujeres se ocupan de sus propias labores sin prestar atención a la silenciosa desesperación de cuanto ser se encuentra a su alrededor.

Sin más razones para aguardar, que una injustificada esperanza de que suceda un milagro, él sigue de pie junto a la gran mesa de billar, su inquebrantable voluntad de aguardar impávido se tambalea. El taco  de madera sigue en su posición original, las bolas no se han movido ni un milímetro, al igual que sus pensamientos. Tal vez es tiempo de aceptar la invitación de los dos hombres adormilados, tal vez es momento de salir de aquel lugar, tal vez lleva demasiado tiempo aguardando, tal vez lo que sea que aguarde no va a llegar.

Relato de día de muertos

A propósito del 2 de Noviembre, día en que se celebra el día de muertos en México.

 

Aquella era una vieja mansión cuya edad había sido olvidada por el tiempo. Se encontraba edificada justo en medio de un oscuro y mal oliente pantano. Un puente de roca conducía desde el espeso bosque hacia la pesada puerta de madera, custodiada por dos terribles estatuas con forma de temible dragón, a cuyos ojos vigilantes no escapaba visitante alguno.

Un viajero que había extraviado el camino por el bosque, llegaba en aquel momento a la orilla del puente con forma de arco. Al contemplar la vieja construcción, no pudo evitar un estremecimiento que le recorrió desde la cabeza hasta la punta de los pies. Sigiloso se acercó hasta la gran puerta de madera. Tan arrepentido se encontraba de haberse aproximado al lugar que intentó dar media vuelta. De pronto, la pesada puerta se abrió crujiendo y rechinando de manera espeluznante. Su caballo relinchó asustado, irguiéndose sobre las extremidades traseras debido a la silueta que había aparecido en el portón. Se trataba de un anciano encorvado y calvo, que a pesar de su incalculable edad ostentaba una agilidad inusual.

– Pase caballero, no debe andar solo por estos bosques, es peligroso – dijo el anciano con una voz que parecía surgir de ultratumba.

 No fue el deseo lo que hizo al viajero seguir al anciano hacia el interior, sino el enmudecimiento y la falta de argumentos para negarse.

– Lo llevaré al comedor. Hoy celebramos una ocasión especial y tanto al amo como a los invitados les alegrará contar con un comensal más –  dijo amablemente el anciano mientras se acercaban a una puerta tras la que se escuchaba el bullicio de lo que parecía ser una verbena.

El viajero se encontraba totalmente arrepentido de haber ingresado a aquel lugar, sin embargo, ambos llegaron al comedor. Tuvo que ahogar un grito de terror cuando contempló a los invitados que ocupaban las sillas alrededor de la enorme mesa de caoba: Una familia de vampiros que bebían de copas que contenían un espeso líquido color carmesí; una momia vendada de la cabeza a los pies, cuya única parte visible eran los ojos; tres demonios con cuernos y larga cola, que calentaban sus alimentos sosteniéndolos con las manos flameantes; media docena de zombies que aprovechaban cualquier distracción del resto de los comensales para robarles trozos de comida; un hombre lobo que bebía agua de un cuenco, metiendo y sacando repetidamente la lengua; algunos fantasmas juguetones que flotaban y hacían piruetas en el aire, alrededor del viejo candelabro; un espectro con manos de hueso y túnica negra, cuyo rostro era imperceptible; y finalmente una calavera que amablemente se levantó de su silla para acercarse al viajero y ofrecerle ocupar un asiento.

– Adelante noble caballero, hay comida suficiente y para todos los gustos – dijo la calavera, haciendo mover sus huesuda mandíbula.

Sin habla y sin posibilidad de resistirse el hombre avanzó hasta la silla y se sentó. – Esto debe ser una pesadilla – se repetía restregándose los ojos.

La calavera se sentó a su lado haciendo crujir sus huesos – disculpe usted la bulla, mis invitados son algo festivos –  dijo, mientras el viajero la miraba sin atinar a pronunciar palabra alguna.

El anciano mayordomo dispuso frente al viajero un plato cubierto. Al destaparlo apareció un pato horneado de aspecto suculento, acompañado de finas viandas. Acto seguido le sirvió una generosa copa de vino.

– Espero que nuestro menú para humanos le agrade – dijo la calavera anfitriona, con el mismo tono amable.

– ¿Menú para humanos? – preguntó el viajero.

– En efecto, aquí servimos un tipo de platillo diferente de acuerdo a los gustos de cada invitado – respondió la calavera – Observe. El hombre lobo gusta de comer estofado de gallina; a la familia de vampiros le servimos una copa de sangre recién exprimida; a los zombies, jugosos cortes de carne para reponer la que han perdido; a los demonios les servimos caldo preparado con las almas de los hombres que jamás se arrepintieron de sus culpas; la momia suele mostrarse inapetente, lo mismo que los fantasmas, tal vez porque ambos carecen de boca – dijo con tono meditabundo.

El viajero se sintió un poco más sereno de que ninguno de los invitados al extraño banquete acostumbrara comer viajeros recién llegados. Intentó cortar un trozo del delicioso pato horneado con viandas que le habían servido.

Los fantasmas regresaban a sus asientos, agotados de las incontables vueltas alrededor del viejo candelabro; el hombre lobo se había acercado a una de las enormes ventana a fumar un cigarrillo y tomar un revitalizante baño de luna; la momia se había acercado al sanitario, deseosa de enredarse el papel de baño en todo el cuerpo, pues nada le producía más placer que el olor a manzanilla; los demonios hacían trucos con sogas incendiadas que giraban por sobre sus cabezas, mientras se inclinaban hacia atrás hasta quedar tan flexionados que casi tocaban el suelo con la espalda; el espectro con manos de hueso permanecía impávido en su asiento; los zombies bailaban al ritmo de la música del viejo órgano tubular que era ejecutado de manera magistral por el anciano mayordomo. De vez en cuando tenían que detenerse para recoger algún pedazo de brazo u otra parte del cuerpo que solía desprenderse ante tan agitado ejercicio aeróbico.

– Cuénteme de su mundo – dijo la calavera – me interesa mucho saber como viven los humanos.

– ¿Por qué le interesa? – preguntó el viajero.

– Porque uno de mis mayores sueños ha sido apreciar de cerca su vida, poder entrar en sus hogares sin que los niños se asusten, estar presente en sus cenas, festividades y reuniones familiares – respondió la calavera – Le he prometido a mis hijos llevarlos algún día al mundo terrenal, sin embargo, sé que es difícil porque los humanos me temen, represento demasiada amargura para ellos.

El viajero se quedó pensativo por algunos momentos.

– ¿Cuántos hijos tiene? – preguntó a la calavera.

 – Cientos, miles, millones. He perdido la cuenta después de tanto tiempo, pero tengo uno por cada ser humano que cumple su ciclo de vida – respondió la calavera.

– Si la amargura es el problema creo que podemos hacer algo al respecto – dijo el viajero. Enseguida se puso de pie y se dirigió a todas las criaturas presentes.

– ¡Consíganme toda el azúcar que puedan encontrar en la mansión! – Gritó – ¡hoy la calavera y sus hijos visitarán el mundo de los humanos!

Todos los invitados sin excepción se apresuraron a la gran cocina y extrajeron millones de sacos de azúcar. El viajero comenzó a dar instrucciones a cada uno de ellos:

– Los zombies deberán conseguir todo el papel de color brillante que puedan; los demonios calentarán los calderos para derretir el azúcar; los vampiros reunirán a todos los hijos de la calavera y los traerán al gran salón; los fantasmas flotarán por todo el mundo y harán una lista con todos los nombres humanos que puedan encontrar; el espectro con sus manos de hueso introducirá a la calavera y a su familia al caldero cuando la melaza esté lista; el hombre lobo conseguirá bolsas para que yo pueda transportar a las calaveras en mi caballo; y la momia… la momia limpiará el desorden del piso y de la mesa con sus vendas; – ordenó el viajero. Todos pusieron gustosos manos a la obra, eran muy cooperativos.

Al terminar su alegre faena, el viajero montó en su caballo y lo cargó con las bolsas que contenían las calaveras cubiertas de azúcar, adornadas con papel de colores brillantes y con los nombres humanos pegados en la frente.

Desde entonces, en cada hogar humano, las calaveras de azúcar contemplan a las familias departir gustosamente entre risas, cantos y juegos.

Amor y dinero

– ¡Ya no tenemos agua caliente! – dije exaltado.

– ¡Pues báñate con fría! – replicó ella con tono impaciente.

– ¿Pero que no ibas a comprar esta semana el gas para el calentador? – respondí.

– Como si alcanzara con el dinero que tenemos – me dijo mientras me dirigía una mirada asesina. No insistí.

Hacía apenas una semana que me encontraba leyendo el periódico, sentado en mi sillón favorito de la casa, con vista hacia el jardín. Bastaba con levantar la cabeza para empaparse de aquel panorama en el que predominaba el color verde de las hojas sobre el césped recién cortado. De vez en cuando ella pasaba detrás de mí y mecía mis cabellos con los dedos, solía inclinarse y darme un beso en la mejilla.

– Eres el hombre perfecto – decía.

Lo teníamos todo, habíamos construido una barrera afectiva impenetrable, al menos eso sentía yo.

– ¿No te cansa escuchar ese disco de Roberto Carlos una y otra vez? – solía preguntarle.

– Claro que no – me respondía -, «No te apartes de mi» es mi canción favorita, me recuerda a ti.

Tuve una idea. En la siguiente navidad le regalaría unos boletos para volar a Río de Janeiro y asistir a una presentación del cantante. Guardaría celosamente el secreto y prepararía algo especial para sorprenderla. Quizá una cena en aquel restaurante en el que servían lomo de jabalí en salsa de arándanos y su postre favorito, pastel de vainilla inglesa con láminas de tabaco.

Como aún faltaba tiempo para la celebración navideña, se me ocurrió pasar a la mañana siguiente a comprarle un ramo de rosas rojas, con el tallo largo como le gustaban, pues decía que las de tallo corto solo se podían meter en un florero, sin embargo las de tallo largo se podían plantar en el jardín. Ella tenía un don para cuidar las flores.

Cuando miré el ramo de rosas recién comprado, tuve la sensación de que aquel modesto presente no era suficiente, así que lo acompañé con su perfume favorito: «Pure Elixir Poisson» y una caja de finos chocolates belgas.

– ¿Efectivo o tarjeta? – me preguntó la vendedora.

– Tarjeta por supuesto – respondí, obviando que nadie cargaría en efectivo aquella impresionante cantidad de dinero impresa en el ticket de compra. ¡Ella lo valía!

Al regresar a casa después de una extenuante jornada laboral, apenas abrí la puerta, ella bajó corriendo la escalera para recibirme. Cuando me vio con el ramo de rosas en la mano, acompañado del costoso perfume y aquellas delicias belgas, se apresuró hacia mis brazos y me cubrió de besos. ¡El plan había salido perfecto!

Hacía una semana, todos los planes salían perfectos.

Apenas ayer recibí la noticia. Habría recorte de personal en la oficina, todo aquel que tuviera menos de cinco años trabajando para aquella corporación sería susceptible de «entregar la credencial de acceso». Mi tiempo de trabajo acumulado desde que firmé contrato no excedía los cuatro años y ocho meses. Tras un día de agónica incertidumbre, mi jefe me llamó a su oficina. Una hora más tarde, mis temores se habían confirmado, formaba parte de los afectados por el recorte.

Cuando llegué a casa, no llevaba mi habitual expresión alegre de todos los días, esta vez era diferente. Ella bajó la escalera para recibirme como siempre. En cuanto me vio supo que algo pasaba. Le conté lo acontecido en aquella oficina a la cual ya no podría volver al día siguiente. Le conté de mis frustrados planes para asistir con ella a la presentación de Roberto Carlos en Río de Janeiro para la navidad siguiente. Le conté lo que había gastado en aquel ramo de rosas de tallo largo, acompañado de chocolates belgas y su perfume favorito. Todo aquello había sido pagado con el crédito que yo creía inagotable y que ahora no podría cubrir, al menos hasta encontrar un nuevo empleo igual de bien pagado.

Cuando levanté la vista, ella me miraba con expresión seria. No dijo palabra alguna. Se levantó y fue hacia su habitación.

Los días siguientes fueron como estar viviendo la vida de alguien más. No parecía mi realidad. Ella casi no me dirigía la palabra y cuando lo hacía era para reprocharme por alguna compra que ya no podría hacer debido a mi despido.

El frío de la ducha me hizo olvidar aquellos recientes recuerdos y emitir un gemido involuntario por la desagradable sensación del chorro de agua sobre mi espalda.

– Tengo una oferta de empleo – le dije, tratando de disimular el temblor de voz provocado por la gélida temperatura del agua.

Ella entró al baño y corrió la cortina tras la cual yo intentaba enjabonarme.

– ¿En serio? ¿En dónde? – preguntó.

– Es una empresa de reciclado de residuos, no es tan bueno el pago, de hecho es mucho menor que el anterior, pero es algo temporal – respondí.

Nuevamente cambió su expresión, desapareció la sonrisa de entusiasmo que durante breves instantes me había obsequiado y apareció una mirada dura. Cerró la cortina del baño y salió sin decir palabra alguna…

Filosofía petrolera

El señor P era de complexión robusta, de mediana edad pero tenía el cabello cano, lo que dificultaba calcular su edad. Vestía traje todos los días y tenía problemas intentando abrochar el botón del saco debido a su barriga. Parecía que nunca podía parar, pues su carácter controlador y metódico le hacía tomar varias actividades a la vez, involucrarse en todo, dirigir a las personas e intervenir en conversaciones a las que normalmente no era invitado. Aquellas características, cultivadas desde los años de su juventud, le habían llevado a crear un verdadero imperio en la industria petrolera. Su negocio, una empresa familiar dirigida por él y sus dos hijos, se había convertido al paso de los años en la más importante del país.

Aquella tarde, se había convocado a un evento masivo en un salón de un elegante hotel. La prensa se hallaba presente para documentar cualquier novedad que valiera su peso en oro. El señor P, se encontraba presente, pues nunca se perdía una invitación a un evento como ese. Le gustaban los reflectores pero cuidaba sus palabras, sobre todo cuando los cuestionamientos de la prensa ponían en riesgo su reputación o percibía una doble intención.

El señor P escuchaba atentamente la participación del ingeniero R, que hablaba con la soltura que le daba la experiencia. Se trataba de un potentado hombre de negocios, unos diez años más joven, con ideas novedosas, que al igual que el señor P había logrado una considerable fortuna y una poderosa influencia en el sector. Ambos habían sostenido una lucha de proporciones épicas durante mucho tiempo para ganar el mercado petrolero y año tras año, el señor P resultaba vencedor debido a su experiencia y sus habilidades como estratega.

– ¡La industria petrolera se verá beneficiada a nivel global mediante la adopción de un nuevo modelo de negocio en el que nosotros somos pioneros! – Casi gritaba el ingeniero R con actitud ufana frente a la multitud de asistentes que asentían con la cabeza.

El señor P escuchaba sin prestar demasiada atención, casi mirando la punta de sus propios zapatos, pues solía dudar de cualquiera que pareciera saber más del negocio petrolero que él, sobre todo cuando se trataba de su mayor competidor el ingeniero R, y a decir verdad, estaba un poco harto de tocar siempre los mismos temas en esos eventos. Los últimos veinte años de su vida había estado en todos y cada uno de los foros masivos que se llevaban a cabo por lo menos tres veces al año, siempre con los mismos temas y siempre bajo el escrutinio público. Sabía que terminada su participación sería asediado por los periodistas presentes, pues siempre le tocaba el último turno para subir al podio y cada año opacaba en sus presentaciones a las del ingeniero R.

Sin embargo, aquel año sería diferente. Cuando por fin le tocó hacer su presentación, el señor P se tomó las cosas con tranquilidad. Los presentes esperaban ansiosos las primeras palabras del hombre que año con año demostraba ser la mayor influencia en el medio petrolero. Una palabra suya bastaba para cambiar todo el sentido de la industria para el próximo año. El señor P se acomodó el poco cabello que rodeaba su cabeza como una corona, tomó el vaso con agua que le habían acercado los organizadores del foro, bebió todo el contenido del vaso sin ninguna prisa, lo colocó de nuevo en su lugar, se acomodó la corbata sosteniendo el nudo con ambas manos y girando la cabeza de un lado a otro. Tomó el micrófono y lo elevó hasta una altura adecuada para su estatura, miró en silencio a los cientos de cabezas que aguardaban expectantes e impacientes, y finalmente pareció listo para comenzar a hablar.

– Ya lo ha dicho todo el ingeniero R – fueron sus únicas palabras.

En seguida bajó del podio ante la mirada atónita de los asistentes, que murmuraban entre sí, creando un efecto sonoro masivo, que poco a poco crecía en intensidad. Por supuesto la mirada más estupefacta de todas era la del ingeniero R que no alcanzaba a comprender si aquello era una estrategia inesperada de su rival para derrotarle nuevamente. El resto de los ponentes miraban la escena con la boca totalmente abierta.

Los reporteros saltaron en seguida de sus asientos lanzando al aire cientos de preguntas simultáneas para el señor P, que nuevamente ocupaba su silla detrás de la barrera protectora que mantenía a los expositores fuera del alcance de los ávidos periodistas, mientras uno de los organizadores gritaba a todo pulmón encima de aquel tumulto humano, tratando de calmar los exaltados ánimos. El señor P miraba sin inquietarse en absoluto.

– ¡Calma señores, uno de ustedes, seleccionado por el señor P, tendrá derecho a hacerle una pregunta y sólo una! – condicionó uno de los organizadores a los reporteros que seguían peleándose el derecho de una entrevista.

El señor P escogió al reportero que representaba al medio más importante del país, pues aunque su hartazgo acumulado por los años era grande, no podía romper con el hábito de ejercer su acostumbrado protagonismo, sin embargo sabía que únicamente se transmitía al aire una entrevista de todas las que se hacían durante un evento de esa magnitud y a diferencia de otros años, no deseaba que fuera seleccionada la suya, incluso estaba seguro que este año se transmitiría la del ingeniero R y él mismo contribuiría para que esto ocurriera y ganarse por primera vez el derecho de desaparecer de la escena pública para tomarse un descanso.

– Señor P, ¿qué es en este momento lo usted valora más? – preguntó el reportero, tratando de inducir una respuesta que revolucionara la industria petrolera y le otorgara una exclusiva de grandes dimensiones. El ingeniero R era el más expectante y todos sus sentidos se encontraban en alerta para estudiar la respuesta que daría su contrincante de negocios.

– Mi tranquilidad – respondió el señor P.

– Pero, ¿eso qué tiene que ver con el negocio petrolero? – casi gritó el reportero ante las exaltadas protestas del resto de los entrevistadores, cuya oportunidad de preguntar había sido frustrada y que no estaban dispuestos a permitir una segunda pregunta del afortunado que había sido escogido por el señor P.

– No tiene nada que ver con el negocio petrolero, pero usted me ha preguntado que valoro más y eso es mi tranquilidad – respondió el señor P -, así que si lo desea podemos hablar de eso o me veré obligado a pedirle que no me pregunte más – concluyó.

– Está bien señor P, hablemos sobre la tranquilidad – dijo el reportero.

Casi diez minutos después el señor P había hecho toda una disertación sobre la tranquilidad y sobre como su carrera de prominente ingeniero y empresario le había creado un estilo de vida completamente carente de momentos de reposo. Habló de Freud, habló de Platón, habló de Sócrates, habló de Mandela, habló de Dios, habló de Buda, habló de John Lennon, habló de Charles Dickens, y sobre todo habló de lo mucho que lamentaba no haber destinado más tiempo a sus seres queridos y a su persona. Habló de todo menos de petróleo. 

El evento de aquel año concluyó con las entrevistas al resto de los participantes, incluido el ingeniero R que no desperdició la oportunidad y contestó a todas las preguntas de los reporteros. ¡Le habían dejado el camino libre para colocarse como protagonista de la industria por primera vez en muchos años!

Una semana después, el señor P se encontraba en la casa de campo que había adquirido algún tiempo atrás. Aprovechaba que este año no sería el hombre del momento en la industria petrolera ni en los medios y era la oportunidad perfecta para tomarse un merecido descanso. Se hallaba en la sala con su familia mirando el noticiero cuando se anunció el reportaje estelar de la sección de negocios, cuyo tema era el evento petrolero de la semana anterior. Se promovía con grandes pompas que después del corte publicitario se transmitiría la entrevista a uno de los líderes más influyentes de la industria del petróleo, que había sido seleccionada de entre el resto de las entrevistas.

El señor P se dispuso a escuchar las palabras del ingeniero R, con la misma actitud de desparpajo que adoptaba siempre que tenía que oírle, pues estaba seguro que habrían escogido a su más cercano competidor debido a que él mismo había salido de la contienda al rehusarse a tocar temas empresariales. 

Para su sorpresa, una vez concluida la sección publicitaria, el mismo reportero que lo había entrevistado apareció en pantalla. Anunciaba la entrevista exclusiva que se transmitiría a nivel nacional sin cortes ni ediciones, cuyo título era: «Los ingenieros petroleros también filosofan». Una vez más, el señor P había influido de manera significativa en el rumbo de la industria petrolera con aquella aparición en televisión, y los reflectores estaban puestos en él más que nunca.

A partir de aquel año, las preguntas de los reporteros incluían cuestionamientos de carácter filosófico.

«Las personas no buscan protagonismo, el protagonismo es el que busca a las personas».