El viejo reloj de arce blanco marcaba las once menos dos, todo era quietud en el exterior y a duras penas se podía observar alguna tenue luz a través de las ventanas de la vieja casona, ubicada en un barrio elegante y antiguo de aquella ciudad. Antonio estaba de pie, frente a uno de los ventanales de la gran sala, sotenía en la mano derecha un puro de buena marca y la izquierda dentro del bolsillo de su saco. Su mirada era extraviada, como de alguien que mira sin observar, pues su mente se concentraba en el sueño que acababa de tener y que le había obligado a saltar de la cama y vestirse como si fuera a salir. Sin embargo, su intención no era abandonar la casona.
– Fue solo un sueño – decíase a sí mismo.
Un fuerte golpeteo en la puerta principal le sobresaltó.
– ¡Amanda! – Gritó Antonio, mientras dirigía la mirada a los pisos superiores.
Los toquidos en la puerta se repitieron.
– ¡Amanda! ¿qué no escuchas la puerta muchacha? – Dijo Antonio.
Se dirigió a abrir con actitud de hastío, mientras murmuraba para sí mismo la ineficiencia del servicio doméstico.
Corrió los tres cerrojos de la pesada puerta de madera finamente tallada y abrió lo suficiente para alcanzar a asomarse por una rendija, antes de dejar entrar a quién llamaba. Un aire helado entró, y Antonio sintió un terrible escalofrío, que lo hizo estremecerse, abrió la boca lo más que pudo con una mueca de terror, pero no pudo emitir sonido alguno, sintió como se erizaba la piel de su nuca.
– ¡No es posible! ¿Madre? – dijo en voz susurrante y quebradiza mirando aquella silueta que era idéntica a su difunta progenitora.
Sin querer había soltado la pesada puerta blanca que se encontraba abierta de par en par, no atinaba a decir una sola palabra, pero deseaba que alguien más estuviera viendo aquella imagen para no sentir que estaba perdiendo la razón.
La silueta entró a la casa seguida por la mirada incrédula y atónita de Antonio que no podía dejar de sentir escalofríos ni atinaba a proferir palabra alguna.
Aquella figura misteriosa avanzó como flotando y se detuvo a media sala, se volvió para mirar fijamente a Antonio.
– Vine a decirte que pronto estaremos nuevamente reunidos – dijo con una voz que parecía salir de los mismos cimientos de la casa.
– ¿Cómo? – respondió Antonio casi susurrando.
– Yo no puedo decirte si estarás conmigo o en otro lugar muy diferente – dijo aquella misteriosa silueta. – Pero vine a advertirte que la manera en la que vivas tus últimos días determinarán tu lugar en la eternidad.
Antonio pensó que estaba volviéndose loco, se restregó los ojos con ambas manos, trató de abrirlos lo más que pudo para ver si aquello no era solo un sueño. Sintió el impulso de llamar a toda la servidumbre pero algo desconocido e incierto lo detenía. Aquella figura parecía adivinar sus pensamientos pues continúo hablándole.
– Estuve contigo en tu sueño, y he estado aquí por mucho tiempo, pero no siempre se me permite manifestarme – dijo aquel espectro – sin embargo, ahora es diferente, tenía que advertirte.
– ¿Significa que… voy a morir pronto? – inquirió Antonio.
– Significa que vas a dejar la existencia tal como la conoces y pasarás a un nuevo estado de conciencia, tú determinarás cómo será tu nueva morada – dijo su madre con voz cavernosa.
– ¿Cómo sé que eres real y que no estoy soñando? – dijo Antonio.
La figura espectral se dio la vuelta y avanzó hasta la escalera, comenzó a ascender hacia las habitaciones del segundo piso seguida por Antonio. El pasillo era largo y bien iluminado, con una decena puertas contiguas de madera tallada. El espectro avanzó hasta la penúltima de las puertas y se detuvo.
– Supongo que debo abrir – dijo Antonio.
Aquella figura no contestó, se limitó a apartarse y esperar que Antonio abriera la puerta.
– Pero no tengo la llave, es una habitación que casi no se utiliza, tendría que llamar a la sirvienta para que abra – dijo Antonio.
Ni bien había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando la puerta se abrió sola como si tuviera vida propia. La fantasmagórica figura entró en la habitación seguida por Antonio. Aquel cuarto era bastante amplio, decorado con colores claros y con una reluciente lámpara en el techo que iluminaba a la perfección. Las paredes estaban cubiertas de tapiz con grabados de flores, había un enorme armario de madera cuya altura llegaba hasta el techo. En un rincón había sábanas cubriendo algunos muebles y cajas que contenían artículos de decoración que no se utilizaban.
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