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  • El libro del mes

    El Fuego Verde

    Verónica Murguía

    Historia medieval de cuando los elfos y espíritus del bosque aún existían y los bosques llenaban la tierra como un mar verde

  • El disco del mes

    Ma Fleur

    Cinematic Orchestra

    Excelente disco de Acid Jazz que cuenta con la colaboración de importantes voces como la de Fontanella Bass y Patrick Watson

El faro

Aquel día, Antón zurcaba por un eterno mar de confidencias, cuando la voz del canto de Daisy alcanzó a tocar su sombra. Aquel canto desesperanzado, que convertido en un profundo lamento, Antón escuchó una y otra vez con los ojos, y su mirada perdida no podía apartarse de los trazos de la musa.

Durante tres otoños navegó Antón a la deriva, por un océano de reglas no escritas, deseando terminar el viaje que sus letras habían emprendido tiempo atrás. Pero su caña de pescar tenía un hilo invisible, irrompible y quizá más fuerte que nunca, como si de un beso perfecto se tratara. Aquel mar de tinta, oscuro y silencioso, que parecía insondeable, de repente se iluminó con el fulgor de una estrella del norte, apacible, expectante y pendiente de su suerte.

Antón no pudo más que rendirse ante Daisy, la muchacha de la ventana, cuyos besos y piel anhelaba más que nunca, cuya historia había atestiguado desde las carreteras, a través de un tigre y una flor.

Ahora, tras los puntos suspensivos que enmarcaban una larga ausencia, Antón guardaba una pequeña esperanza, tal vez el mar no era tan profundo como parecía; tal vez la historia de los amantes anónimos, cuyos besos calaron hondo, no era una historia perdida en el tiempo. Tal vez, y sólo tal vez, Antón y Daisy encuentren su puerto, construido de añoranza, de dolor, de silencio y de un amor muy profundo y eterno.

Aquel día, Antón no deseaba otra cosa que construir un faro para iluminar la noche de Daisy.

El hoyo en la pared

Hay un pequeño hoyo en la pared de mi habitación, suelo asomarme a través de él para contemplar lo que hay afuera. He visto amaneceres y atardeceres, anhelos y decepciones, cerrazón y templanza, he visto el mundo y también de vez en cuando solo neblina blanca.

 

Un día miré a través del pequeño hoyo y observé un pequeño ser, casi humano, inmóvil, que me observaba, era como una diminuta versión de una persona, de apenas quizá dos centímetros de altura, que vestía ropas color verde con olanes blancos, casi como un traje típico de alguna región irlandesa. Me quedé atónito, despegué la mirada por unos segundos mientras cavilaba lo que acababa de observar, me restregué los ojos incrédulo y nuevamente me asomé, el diminuto ser de ropajes verdes seguía ahí, pero ya no estaba inmóvil, ahora danzaba frenéticamente alrededor de una mesa de banquetes tan diminuta como él mismo, dispuesta para recibir tal vez a una docena de invitados por la cantidad de comida miniatura que había sobre ella. Todo lucía suculento, y por un momento deseé encogerme hasta su tamaño y ser parte del convite, pero no sucedió, lo único que pude hacer fue seguir contemplando la impetuosa danza que aquel ser ejecutaba. Tuve el impulso de hablarle y hacerle mil preguntas que rondaban mi cabeza pero temí que ni siquiera habláramos el mismo idioma o tal vez el volúmen de mi voz que para mi resulta normal, para él representara una fuente de insoportables decibeles, cualquiera que fuera la razón, permanecí en silencio, observándolo por largo rato. No me percaté en qué momento el sueño me venció.

 

Cuando desperté algunas horas después, recordé al pequeño personaje de verdes ropajes y de inmediato me asomé por el hoyo de la pared, para mi sorpresa, había desaparecido todo indicio de su presencia, tampoco la mesa de banquetes estaba ahí y seguramente los invitados ya se habían marchado. Sentí una tremenda decepción, parecida a leer un cuento y no haber llegado nunca a conocer el final.

 

Desde aquel día, invariablemente me asomo al hoyo de la pared, con la esperanza de volver a ver al diminuto ser y quizá algún día ser parte del banquete, hasta hoy, no lo he vuelto a ver…

El mundo estaba bien…

 

A pesar del velo que cubre su destino y de la demencia con la que me aferro a sus pasos, nuestras vidas están eternamente unidas por un beso, sin importar lo que suceda, ella es parte de mi; como olvidar que en aquella otra vida me sentía arropado entre sus brazos, tan inverosímil como un viaje a tierras lejanas y tan fugaz como los fuegos artificiales que se perciben desde el balcón de una celebración que nunca tuvo lugar, y sin embargo éramos ella y yo, volábamos juntos e imaginábamos personajes extraordinarios que trascendían tiempo y espacio, entonces el mundo estaba bien.

 

Solía recibirme con un beso ,casi tan perfecto como el de la primera vez, y sus labios eran tan cálidos que cualquier temor se desvanecía al entrelazar sus dedos con los míos, entonces caminábamos tomados de la mano, conversando sobre pueblos mágicos y campos de golf, sobre helados sabor macadamia y películas surrealistas de Terry Gilliam.

 

No éramos solamente dos personas más que caminaban por el callejón empedrado bajo la lluvia de junio, éramos tan protagonistas como los personajes de nuestro imaginario, cantábamos en el mismo tono, pateábamos las piñas que caían de los árboles, visitábamos cafés en los que nunca antes habíamos estado, cambiábamos la rutina cada día y lo único que invariablemente estaba presente eran aquellos besos insaciables que nos robábamos el uno al otro.

 

Quisiera poder decirle  que sus palabras siempre llegarán al puerto indicado, que sus ojos tampoco dejan de mirarme y que yo los miro con insoportable nostalgia, que me gustaba y que cada centímetro de mi piel la echa de menos. También quisiera volver el tiempo atrás y aferrarme a aquel último beso…

 

Carta recibida…

Cada noche fría de insomnio, él solía recordarla, se levantaba cansado de dar vueltas en la cama y volvía a leer alguna de aquellas cartas que recibiera desde algún lugar remoto, entonces le invadía una profunda nostalgia. De vez en cuando miraba dentro del buzón con la esperanza de encontrar una nueva misiva, y al parecer esta era su noche de suerte.

 

Abrió con delicadeza el sobre y comenzó a leer sin poder controlar las palpitaciones provocadas por la emoción y el misterio, pues vivía para recibir aquellas líneas escritas desde un plano sin tiempo.

 

Mientras deslizaba los ojos a través de aquellas letras, evocaba felices recuerdos al lado de su musa, y con cada palabra que leía la extrañaba más. En aquella carta ella le habló de la eternidad de un beso, de alguna que otra lágrima derramada, de una dulce nostalgia y de caminos que no volverían a encontrarse, y aunque él había jurado fortaleza, no pudo evitar que una lágrima deslizara por su mejilla y acabara cayendo sobre el papel blanco y negro.

 

Cuando terminó de leer la carta, el sol comenzaba a asomarse por la ventana, aquella carta había despejado la duda y le había dado certeza de que ella aún lo recordaba a pesar del tiempo y de la eternidad de aquel beso infinito.

 

Quizá ella había sido lo más auténtico que él pudo tener en su vida, quizá aún no se perdonaba por haber hallado el beso perfecto y haberlo perdido, quizá nunca dejaría de pensarla y de quererla…

 

La duda

 

A veces me pregunto si pensarás en mi de vez en cuando, o si aún me lees, y si en tus pensamientos soy aquel villano sin sentimientos que viajó a otra galaxia muy muy lejana.

 

En días como hoy te extraño…

Cuento para una amiga…

 

Me pareció conocida, como si no fuese la primera vez que nuestros mundos se intersectaban. Me encontraba a punto de cruzar la calle cuando ella se detuvo junto a mi. Por más que me esforzaba no lograba atinar cómo es que me era tan familiar.

 

Ella tenía colocados los audífonos y tarareaba una canción de moda, sin importarle en lo más mínimo la gente a su alrededor. Miré por encima de su hombro y pude ver una lista ordenada de canciones en la pequeña pantalla de su iPod.

 

De pronto esas canciones me remontaron a viejos recuerdos, tal vez almacenados en alguna parte de mi mente o tal vez fruto de mi más surrealista conciencia. En mi evocación la recordé con aquel vestido rojo que le sentaba tan bien. Hacía tanto tiempo que me costaba trabajo visualizarla. En ese entonces le había pedido su teléfono sin pensarlo dos veces, y tiempo después, tras la duda y la indecisión, habíamos acudido a aquella primera cita en la que descubrimos las cosas que teníamos en común, como que éramos del mismo barrio y que nos gustaban los animales.

 

Recordé aquel rincón en el que solíamos tomar café por las tardes, que fue testigo de nuestros desvelos, nuestras risas y nuestros sueños.

 

Recordé los caramelos multicolor que me había regalado, a cambio de no olvidar su bebida favorita.

 

Recordé la emoción de haber formado aquel dueto de violín y guitarra, con el que juntos recorrimos el mundo, armonizando a la perfección y comunicando en un lenguaje intangible pero claro para nosotros.

 

Recordé cómo se balanceaba en el aire cuando intentaba escalar una escarpada pared de roca, mientras yo le gritaba que bajara de ahí. Siempre le atrajeron las emociones fuertes y eso era lo que más me gustaba de ella, audaz y encantadora.

 

Recordé cuando subió a su auto y arrancó a gran velocidad, entonces entristecí y la eché de menos. No habría más recorrido gitano por el mundo acompañados de violín y guitarra, no la vería más en su vestido rojo ni habría más tardes de café, no más caramelos ni galletas y no más tés chai sin lactosa.

 

Recordé que el corazón existe para que te lo rompan…

 

Cuando más entristecido por su partida me encontraba, un sonido de claxon me hizo mirar la luz que había pasado de rojo a verde, sin embargo, por alguna razón ya no deseaba cruzar la calle. Ella me miró para regalarme la más tierna de las sonrisas. Tal vez era un nuevo personaje que yo había creado en alguna noche de desvelo, o tal vez nos habíamos conocido en alguna vida pasada. No lo sé.

 

– Que buenas canciones tienes en tu iPod – Le dije sonriendo.

 

 

Cómo sobrevivir a un 14 de febrero

Sonó el despertador, y sus sueños se diluyeron como por arte de magia.

 

– ¡Las seis! – Murmuró entre dormida y despierta.

 

Su primer deseo fue el de volver a acurrucarse y retomar el hilo de aquel sueño que si bien no era hermoso, al menos valía la pena conocer el desenlace, después de todo, eso hacía todas las mañanas hasta que su despertador se hartaba de emitir sonidos. Sin embargo, esta mañana era diferente, recordó que tenía una cita con aquel misterioso hombre que había conocido varios meses atrás en un sitio Web de citas, después de innumerables y agradables charlas, por fin habían acordado un encuentro en persona, ella incluso había mentido en su trabajo para asegurarse el día libre.

 

Se incorporó de la cama con mucho más entusiasmo que los otros días. Cuando terminó de bañarse se esmeró particularmente en su arreglo personal. Destapó aquel perfume que comprara en navidad y que había guardado para ocasiones especiales. Arregló su cabello y lo ató con la cinta azul que consideraba de buena suerte. Recordó las palabras que su amiga Verónica le había dicho durante la cena de la noche anterior:

 

– ¿De verdad estás segura de querer conocerlo? Solo tienes su foto, debes tener cuidado y asegúrate  de que la cita sea en un lugar público – Decía.

– ¡Claro que quiero conocerlo!… es muy guapo en su foto y creo que podría ser el amor de mi vida, además va a ser perfecto conocerlo precisamente el 14 de febrero, no hay nada más romántico – Respondió.

– Pues insisto en que tengas cuidado y sobre todo no te enamores de él en la primera cita – Dijo su amiga Verónica.

 

Con estas palabras en la cabeza, se acomodó el abrigo, tomó las llaves de la vieja mesa de roble y salió con rumbo a la cafetería que serviría de escenario para el ansiado encuentro.

 

– «No te enamores de él en la primera cita», como si no estuviera ya enamorada de él – Se repetía. Nunca se había atrevido a confesar sus sentimientos durante las sesiones de chat que ambos sostenían, y no sabía por qué. Quizá tantos fracasos amorosos en el pasado le llenaban de miedo el corazón. Aún así, estaba dispuesta a correr el riesgo y jamás perdía la esperanza de que esta vez fuera la definitiva, incluso usaba como protector de pantalla la foto que aquel hombre misterioso le enviara, como si fuera su mayor tesoro.

 

Llegó al café media hora antes de la hora acordada.

 

– Bienvenida señorita, ¡feliz 14 de febrero!

– ¡Gracias! Es un lindo día ¿no le parece? – Respondió… – Las cosas siempre suceden por algo – Dijo para si misma.

 

Pidió un expreso y se acomodó en unos de los mullidos sillones, no pudo hacer más que dejar que su imaginación volara, se vio a si misma envuelta en un apasionado idilio de novela, también pudo imaginar su futuro más lejano, en él se veía disfrutando de una hermosa familia, al lado de aquel hombre misterioso que ahora parecía tan cercano.

 

– Me inspira confianza, es educado y amable, además de guapo, es como el hombre que siempre soñé – Pensaba.

 

Había pasado una hora desde que llegó al café y aún estaba sola. – Tal vez mi celular se apagó y no pueda comunicarse conmigo – Pensó. Tan pronto sacó el teléfono de su bolso comprobó que funcionaba perfectamente y no tenía llamadas ni mensajes desde el día anterior. – Seguramente está atorado en el tránsito, no debe tardar en llegar – Dijo para si misma.

 

Tomó una revista y comenzó a leer un artículo que hablaba sobre cómo conseguir enamorar a cualquier hombre, trató de memorizar los consejos, uno de ellos en particular: «Conquístalo con tu sonrisa, regálale la mejor que tengas». Siempre había sido elogiada por su sonrisa, desde que era una niña, era su arma más poderosa.

 

Había leído una docena de artículos más cuando se percató de la hora – Nadie llega dos horas tarde a menos que no piense llegar – Murmuró para sus adentros. Se sintió triste, enojada, decepcionada, desesperanzada; había mentido en su trabajo para tomarse el día y ahora sentía que había sido en vano, no le importaban las razones por las que su ansiada cita no se había presentado, sabía que era el principio del fin, o el fin de lo que no tuvo principio.

 

Lloró lo más disimuladamente que pudo, no quería llamar la atención de los clientes de la cafetería que parecían envueltos en una nube rosa de 14 de febrero. Se sentía desolada y casi sin pensarlo siguió hojeando la revista.

 

– «Conquístalo con tu sonrisa»… ¡claro, si tuviera a quien conquistar! – Se repetía. Se limpió la última lágrima que estaba dispuesta a derramar por aquel hombre que había perdido la oportunidad de conocerla. En cuanto regresara a casa lo borraría para siempre de su corazón, de sus «cibercontactos» y de su protector de pantalla.

 

Con determinación decidió salir de la cafetería y volver a casa, dejó a un lado la revista y se formó en la fila para pedir un café para llevar. Se percató de que el hombre que se encontraba delante de ella en la fila era muy apuesto, cargaba un portafolio de computadora que se hallaba parcialmente abierto, un sobre asomaba por la ranura a punto de caer, así que ella le tocó el hombro.

 

– Disculpe, su portafolio está abierto y está a punto de perder un sobre» – Dijo ella.

– Ah, muchas gracias, es una fortuna que no se haya caído, es un sobre muy importante – Respondió el hombre.

– No hay de qué – Dijo ella.

– ¿Se encuentra usted bien señorita? Se le ve muy triste y con señales de haber llorado – Dijo aquel hombre.

– Si, estoy bien, es solo que no me gusta el 14 de febrero – Respondió ella.

– Bueno, a mi tampoco, me recuerda que estoy solo pero ¿sabe algo? sólo es una fecha, cualquier día debería ser un buen día – Contestó él.

– Tiene razón, pero a veces las cosas no son como quisiéramos que fueran… ¿qué se hace en estos casos para mejorar el día? – Dijo ella.

– Bueno, las cosas nunca son como quisiéramos, y esos son los retos que tenemos que enfrentar, eso es lo hermoso de la vida – Dijo aquel hombre.

– Nuevamente tiene razón, pero por ahora no se me ocurre como cambiar mi suerte – Respondió ella.

– Pues si no tiene planes para hoy podemos sentarnos a discutir sobre la suerte y la vida, yo pago el café – Dijo él.

 

Ella sintió que el día comenzaba a mejorar, lo miró y le regaló la mejor de sus sonrisas…

Amor incondicional

– ¿Pero qué es ese olor? ¡Es delicioso! Parece que alguien está cocinando allá abajo, en la vieja estufa que casi nunca se usa; creí que solo servía para guardar cazuelas en el horno y hospedar de vez en cuando aquellas odiosas hormigas y otros insectos invasores contra los que tengo que lidiar.

Definitivamente debería bajar para ver quién está cocinando y sobre todo qué es lo que prepara, pues seguramente alcanzaré una porción, o al menos eso espero.

Rara vez me dan ganas de levantarme del sillón, ¡es tan cómodo! Y me he ganado a pulso el derecho de utilizarlo, ahora es mío y sólo mío, nadie más lo usa porque siempre lo tengo acaparado, es mi lugar favorito de la casa; en las mañanas es cálido porque el sol del alba le da directo y por las tardes se mantiene tibio y mullido, ideal para descansar de tantas obligaciones que tengo que cumplir durante el día… pero el olor de la cocina es tan tentador, ¡tengo que bajar!

Ahora que me dirijo hacia las escaleras que dan a la cocina, creo que puedo hacer una escala y detenerme para mirar por la gran ventana que da a la calle. Me gusta observar hacia afuera y enterarme de las novedades del  vecindario. Ahí va el niño de la gorra graciosa, como siempre en su bicicleta, seguramente se dirige a la carnicería como cada semana. También puedo ver a la señora que usa un perfume con olor a galleta, va doblando la esquina y lleva una bolsa con viandas, lo sé porque me he encontrado con ella en varias ocasiones en esa misma esquina cuando regreso de mi caminata vespertina y siempre carga la misma bolsa con viandas. Más a lo lejos viene el camión que recoge la basura, no me gusta el sonido de la campana que usan para avisar de su presencia, preferiría que tocaran a la puerta de cada casa como lo hace el cartero, varias veces les he gritado desde esta misma ventana que dejen de producir ese sonido tan desagradable, pero no parecen escucharme y siguen empeñados en lastimar mis oídos.

Por poco olvido el olor de la cocina, mis reclamos hacia la campana del camión de la basura deberán esperar, pues temo que si tardo demasiado en bajar, el guiso que huele tan bien se termine y no alcance a probarlo.

¡Es Jaime quien está cocinando! – ¡Hola Jaime, qué feliz me siento de verte! Eres el único con el que comparto mi sillón y aunque estábamos acomodados en él hace apenas una hora, para mí es como si te hubieras alejado por una semana. ¿Qué estás cocinando? ¿preparaste suficiente para los dos? Tus manos huelen a macarrones con queso, si te acercas un poco más te daré un beso en la mejilla o haré cualquier cosa que te haga feliz, sabes que solamente tienes que pedírmelo y pondré mi mayor esfuerzo en complacerte. ¿A dónde vas? ¿es ese mi collar? ¿significa que saldremos? ¡genial! Me encanta la idea y después regresaremos a comer los macarrones con queso ¿verdad?

– !Hola pequeño! No me había dado cuenta que estabas aquí, creí que seguías en el sillón, aunque también me pareció escuchar que estabas ladrándole al camión de la basura como siempre. Ven para que pueda colocarte el collar y la correa, daremos un paseo antes de comer…

¡Vaya día!

– Hoy no tengo ánimo ni de recordar las cosas que me sucedieron durante la jornada, por ahora lo único que me importa es que por fin estoy en casa… ¡qué tráfico y que manera de perder la vida sentado en el auto!

– ¡Muero de calor! hoy me beberé esa cerveza que lleva mil décadas en el refrigerador, espero que el añejamiento le haya sentado.

-Que mala suerte, hacía tanto que no destapaba una que había olvidado que no tengo un destapador, ¿servirá una cuchara?

-Fue fácil, además ¡sabe deliciosa con este clima! pero me estorban los zapatos, que bueno que son mocasines y salen con facilidad, además esta corbata me ahorca y el saco me está matando, pero no quiero soltar la cerveza… no hay modo… la tendré que dejar sobre la mesa… ¡adiós saco y corbata!

-Un sorbo más… que fortuna tener dos manos, puedo desabrochar mi cinturón con una mientras sostengo la botella con la otra… ahora mis pantalones han caído, creo que combina bien mi boxer de Ferrari con mis calcetines de rombos… ahora ¿qué más? ¡la camisa por supuesto!

-Hace falta algo de música así que encenderé el estéreo…  102.1 Arjona, 103.2 The Police, 107.1 Mecano… ¡pero qué tonto! tengo aquí mismo mi reproductor de MP3… ahora si… conectado…

-Me terminé la cerveza, pensé en botar la botella pero he decidido conservarla porque voy a necesitar un micrófono… todo listo… ¡Play!

De los que ya no hay

– Sólo serán unos días – Había dicho mi jefe.

– Diablos! No tengo tiempo – pensé para mis adentros. No me complacía hacerla de guía de turistas ni visitar lugares que ya conocía solo para que un desconocido extranjero tomara fotos y me dijera lo bella que es la ciudad, ¡como si no lo supiera!

Hacía una semana de aquella conversación y ahora me encontraba en el aeropuerto, afuera de la zona de llegadas internacionales, sosteniendo un letrero con el nombre de aquel eminente «computólogo», traído desde lejanas tierras: «Brandon».

En la oficina se preparaban las correspondientes amenidades para agasajarlo. Se había contratado una agencia de edecanes que estarían  situadas en la entrada principal. También le aguardaba una mesa repleta de viandas con un elegante servicio de meseros. El personal de la empresa había sido «invitado» a la recepción con la condición de llevar vestimenta formal y por supuesto se había contratado un taxi ejecutivo que solamente incluía vehículos Mercedes Benz en su flotilla. Demasiado para mi gusto.

El misterioso invitado se había labrado una excelente reputación en el mundo de la informática debido a su capacidad técnica y su impresionante currículum vitae, prácticamente había rescatado a cada una de las grandes corporaciones líderes de la industria con el resultado de sus servicios. Su salario era exorbitante y se decía que ninguna otra persona en el mundo tenía tan desarrollada su capacidad tecnológica y analítica.

– Seguramente es un estirado que cobra hasta por respirar y tal vez ni se digne a mirar a un empleado modesto como yo – Me dije.

Exactamente faltando un cuarto para las ocho de la mañana, los monitores indicaron la llegada del vuelo cuyo número tenía registrado en mi pequeña libreta de apuntes, procedente de New York . A los pocos minutos los pasajeros comenzaron a salir a través de los detectores de metal de aquella sala de espera.

Un hombre mayor avanzó hacia mi con un aire de prepotencia que me hizo suponer que era el esperado invitado, estaba a punto de abrir la boca para saludarle cuando otro hombre se le aproximó y le obsequió un fraternal abrazo. Ambos se dirigieron a la salida. Volví la mirada hacia donde los recién llegados continuaba saliendo.

Un joven que vestía ropa de diseñador me dirigió una sonrisa y se acercó hasta mi, le extendí la mano para saludarle, me miró un poco extrañado pero estrechó mi mano.

– Tú debes ser Brandon – le dije, intentando mostrar mi mejor sonrisa.

– Eh… no, soy Steve, solo quiero saber por dónde es la puerta número cinco – respondió.

Le señalé hacia el fondo del pasillo. Me agradeció inclinando ligeramente la cabeza y se alejó en la dirección indicada.

De pronto escuché una voz con acento extranjero por encima de mi hombro :

– Hola, creo que tú eres mi anfitrión – dijo.

Se trataba de un joven bien vestido pero nada ostentoso. Llevaba pantalones de algodón color caqui, zapatos de gamuza color café, una chaqueta de piel y un sombrero tipo fedora.

– ¿Brandon? Le dije, con cierto aire dubitativo.

En efecto – respondió, – Ese es mi nombre, por lo menos hasta que mis acreedores me encuentren – soltó una alegre carcajada.

Nos encaminamos hacia el taxi ejecutivo mientras le hacía las preguntas de rutina, sobre el vuelo, sobre el clima, sobre el servicio de la aerolínea . Al llegar al taxi esperé naturalmente a que el chofer nos abriera la puerta casi sin voltear a verlo, sin embargo Brandon le saludó amablemente, estrechó su mano con una sonrisa en el rostro, como si se tratara de un conocido cercano, le preguntó su nombre y lo más sorprendente fue que el mismo Brandon abrió la puerta del chofer y la mía – Adelante caballeros – dijo acto seguido.

Intenté disimular la incomodidad que me produjo la situación. Brandon había elogiado la corbata del chofer, me di cuenta de que yo ni siquiera me había percatado de su vestimenta, tampoco le había visto el rostro, a pesar de que viajé con el mismo chofer durante una hora hacia el aeropuerto, por supuesto jamás le pregunté su nombre. Sebastián, por cierto.

– ¿Qué opinas sobre la liga de campeones? – Pregunté a Brandon con el fin de hacer plática.

– Bueno, ya está fuera mi equipo favorito, el Barcelona, pero creo que vienen buenos encuentros. ¿Y a ti qué te parece el torneo Sebastián? – dijo Brandon dirigiéndose al taxista.

– Pues mientras el Manchester sigua en pie yo conservo las esperanzas señor – respondió el taxista con una amplia sonrisa.

Brandon rió.

– Ojalá gane tu equipo Sebastián, y si es así yo te mando una botella de vino de mi país, ¿qué te parece?

El taxista sonrió sin atreverse a aceptar aquel ofrecimiento, pues las políticas de los taxis ejecutivos no permiten recibir regalos de los clientes.

– ¿Sabes? Tengo un poco de hambre, la comida a bordo no era nada generosa, pidámosle a Sebastián que nos lleve a un restaurante que quede de paso – dijo Brandon.

– Hay un inconveniente – respondí – te han preparado un banquete especial en la oficina.

– Vaya, que mala suerte. No quiero verme desagradecido pero no me gustan las recepciones con bombo y platillo, son tan artificiales e indignas para la gente que es obligada a cumplirlas con el fin de recibir a alguien que ni siquiera conocen y a quien obviamente no aprecian, pero son inevitables. Vamos pues – dijo.

Me intrigaba aquel hombre, no era nada de lo que yo había imaginado, no había prepotencia por ningún lado, no era altivo ni menospreciaba a la gente que le servía.

Al llegar a la oficina, toda la comitiva de recepción se encontraba aguardando. Brandon descendió del taxi, le dirigió una amable sonrisa al chofer – ¿Te quedarás a almorzar con nosotros Sebastián? – preguntó.

– Oh, no señor, muchas gracias, tengo que regresar a recoger a otros clientes -respondió el taxista.

– Es una lástima. Bueno, ha sido un placer viajar a bordo de tu auto, tengo tus datos en la tarjeta, así que si gana el Manchester prepárate para celebrar con el vino que te prometí  – dijo Brandon mientras estrechaba la mano de aquel hombre al que apenas conocía.

– ¡Bienvenido Brandon! ¡Es un placer tenerte aquí! – saludó estruendosamente el director de la compañía mientras abría los brazos.

– Muchas gracias, no sabía que tanta gente me recibiría, de lo contrario me habría ataviado mejor, no quisiera ser una molestia – dijo Brandon.

– ¿Molestia? – Respondió el director – Oh no, al contrario, estábamos ansiosos de recibirte.

El evento de bienvenida se desarrolló entre risas, sonidos de copas chocando, meseros deambulando con charolas repletas de suculentos bocadillos, manos estrechando otras manos y un sin fin de comentarios sin trascendencia.

Yo no podía evitar tratar de estar cerca de Brandon, quería escuchar lo que decía, conocer un poco más de su trato hacia otras personas, contagiarme de su entusiasmo y su sencillez.

Cuando el director preguntó quién se ofrecía a mostrarle la ciudad a nuestro huésped, fui el más elocuente y entusiasta para ofrecerme. Me sorprendió darme cuenta que apenas unos días antes me pesaba imaginar que me eligieran a mí para dicho encargo y ahora voluntariamente me estaba haciendo responsable.

Por la tarde de aquel día había programada una comida de trabajo con el personal de Sistemas, nos acompañaban a la misma mesa varias colaboradoras del sexo femenino de diferente rango, desde asistentes hasta directoras de área. Además de los temas de trabajo, Brandon nos mantuvo cautivados toda la velada con frases interesantes y amenas, de vez en cuando soltaba algún comentario gracioso que hacía que todos riéramos alegremente. Cuando alguna de mis compañeras vaciaba su vaso Brandon llamaba de inmediato al mozo – Disculpe caballero, la señorita tiene su vaso vacio, ¿sería tan amable de traerle otra bebida por favor? – Decía. No parecía ser el invitado, parecía más el anfitrión.

Después de la comida hubo varias reuniones con el director y una conferencia en la que Brandon nos expuso un caso real para ejemplificar cómo el liderazgo dentro de las áreas de sistemas puede ayudar a las empresas a minimizar las pérdidas económicas y a maximizar el uso de tecnología. Sin duda el tema me interesaba, pero lo que verdaderamente me atrapaba era cada vez que Brandon dejaba de lado el lenguaje de negocios y hacía algún comentario que ocasionaba una sonrisa de los asistentes. Parecía tener siempre algo bueno que decirle a cada persona, a cada uno de los que nos encontrábamos presentes, sin excepción.

Es el final del día, la conferencia terminó y me encuentro en el taxi con Sebastián intercambiando comentarios sobre la liga de campeones. Ya sé el nombre de sus hijos, de su esposa y me ha prometido que si recibe la botella de vino que Brandon ha ofrecido enviarle, me invitará a pasar la tarde en su casa con su familia. Mientras tanto estamos esperando a que Brandon termine de despedirse y de dejar una sonrisa en el rostro de cuanta persona se encuentra por los pasillos. Voy a llevarlo a conocer la ciudad y me siento afortunado de haber sido designado como su guía de turistas. Confieso que estoy un tanto ansioso de que llegue, pues desde este momento y hasta que lo deje en su hotel, tendré la oportunidad perfecta para convivir de cerca con un caballero de los que ya no hay, y con suerte aprender algo de la experiencia.

Aquí viene ya…