– Sólo serán unos días – Había dicho mi jefe.
– Diablos! No tengo tiempo – pensé para mis adentros. No me complacía hacerla de guía de turistas ni visitar lugares que ya conocía solo para que un desconocido extranjero tomara fotos y me dijera lo bella que es la ciudad, ¡como si no lo supiera!
Hacía una semana de aquella conversación y ahora me encontraba en el aeropuerto, afuera de la zona de llegadas internacionales, sosteniendo un letrero con el nombre de aquel eminente «computólogo», traído desde lejanas tierras: «Brandon».
En la oficina se preparaban las correspondientes amenidades para agasajarlo. Se había contratado una agencia de edecanes que estarían situadas en la entrada principal. También le aguardaba una mesa repleta de viandas con un elegante servicio de meseros. El personal de la empresa había sido «invitado» a la recepción con la condición de llevar vestimenta formal y por supuesto se había contratado un taxi ejecutivo que solamente incluía vehículos Mercedes Benz en su flotilla. Demasiado para mi gusto.
El misterioso invitado se había labrado una excelente reputación en el mundo de la informática debido a su capacidad técnica y su impresionante currículum vitae, prácticamente había rescatado a cada una de las grandes corporaciones líderes de la industria con el resultado de sus servicios. Su salario era exorbitante y se decía que ninguna otra persona en el mundo tenía tan desarrollada su capacidad tecnológica y analítica.
– Seguramente es un estirado que cobra hasta por respirar y tal vez ni se digne a mirar a un empleado modesto como yo – Me dije.
Exactamente faltando un cuarto para las ocho de la mañana, los monitores indicaron la llegada del vuelo cuyo número tenía registrado en mi pequeña libreta de apuntes, procedente de New York . A los pocos minutos los pasajeros comenzaron a salir a través de los detectores de metal de aquella sala de espera.
Un hombre mayor avanzó hacia mi con un aire de prepotencia que me hizo suponer que era el esperado invitado, estaba a punto de abrir la boca para saludarle cuando otro hombre se le aproximó y le obsequió un fraternal abrazo. Ambos se dirigieron a la salida. Volví la mirada hacia donde los recién llegados continuaba saliendo.
Un joven que vestía ropa de diseñador me dirigió una sonrisa y se acercó hasta mi, le extendí la mano para saludarle, me miró un poco extrañado pero estrechó mi mano.
– Tú debes ser Brandon – le dije, intentando mostrar mi mejor sonrisa.
– Eh… no, soy Steve, solo quiero saber por dónde es la puerta número cinco – respondió.
Le señalé hacia el fondo del pasillo. Me agradeció inclinando ligeramente la cabeza y se alejó en la dirección indicada.
De pronto escuché una voz con acento extranjero por encima de mi hombro :
– Hola, creo que tú eres mi anfitrión – dijo.
Se trataba de un joven bien vestido pero nada ostentoso. Llevaba pantalones de algodón color caqui, zapatos de gamuza color café, una chaqueta de piel y un sombrero tipo fedora.
– ¿Brandon? Le dije, con cierto aire dubitativo.
En efecto – respondió, – Ese es mi nombre, por lo menos hasta que mis acreedores me encuentren – soltó una alegre carcajada.
Nos encaminamos hacia el taxi ejecutivo mientras le hacía las preguntas de rutina, sobre el vuelo, sobre el clima, sobre el servicio de la aerolínea . Al llegar al taxi esperé naturalmente a que el chofer nos abriera la puerta casi sin voltear a verlo, sin embargo Brandon le saludó amablemente, estrechó su mano con una sonrisa en el rostro, como si se tratara de un conocido cercano, le preguntó su nombre y lo más sorprendente fue que el mismo Brandon abrió la puerta del chofer y la mía – Adelante caballeros – dijo acto seguido.
Intenté disimular la incomodidad que me produjo la situación. Brandon había elogiado la corbata del chofer, me di cuenta de que yo ni siquiera me había percatado de su vestimenta, tampoco le había visto el rostro, a pesar de que viajé con el mismo chofer durante una hora hacia el aeropuerto, por supuesto jamás le pregunté su nombre. Sebastián, por cierto.
– ¿Qué opinas sobre la liga de campeones? – Pregunté a Brandon con el fin de hacer plática.
– Bueno, ya está fuera mi equipo favorito, el Barcelona, pero creo que vienen buenos encuentros. ¿Y a ti qué te parece el torneo Sebastián? – dijo Brandon dirigiéndose al taxista.
– Pues mientras el Manchester sigua en pie yo conservo las esperanzas señor – respondió el taxista con una amplia sonrisa.
Brandon rió.
– Ojalá gane tu equipo Sebastián, y si es así yo te mando una botella de vino de mi país, ¿qué te parece?
El taxista sonrió sin atreverse a aceptar aquel ofrecimiento, pues las políticas de los taxis ejecutivos no permiten recibir regalos de los clientes.
– ¿Sabes? Tengo un poco de hambre, la comida a bordo no era nada generosa, pidámosle a Sebastián que nos lleve a un restaurante que quede de paso – dijo Brandon.
– Hay un inconveniente – respondí – te han preparado un banquete especial en la oficina.
– Vaya, que mala suerte. No quiero verme desagradecido pero no me gustan las recepciones con bombo y platillo, son tan artificiales e indignas para la gente que es obligada a cumplirlas con el fin de recibir a alguien que ni siquiera conocen y a quien obviamente no aprecian, pero son inevitables. Vamos pues – dijo.
Me intrigaba aquel hombre, no era nada de lo que yo había imaginado, no había prepotencia por ningún lado, no era altivo ni menospreciaba a la gente que le servía.
Al llegar a la oficina, toda la comitiva de recepción se encontraba aguardando. Brandon descendió del taxi, le dirigió una amable sonrisa al chofer – ¿Te quedarás a almorzar con nosotros Sebastián? – preguntó.
– Oh, no señor, muchas gracias, tengo que regresar a recoger a otros clientes -respondió el taxista.
– Es una lástima. Bueno, ha sido un placer viajar a bordo de tu auto, tengo tus datos en la tarjeta, así que si gana el Manchester prepárate para celebrar con el vino que te prometí – dijo Brandon mientras estrechaba la mano de aquel hombre al que apenas conocía.
– ¡Bienvenido Brandon! ¡Es un placer tenerte aquí! – saludó estruendosamente el director de la compañía mientras abría los brazos.
– Muchas gracias, no sabía que tanta gente me recibiría, de lo contrario me habría ataviado mejor, no quisiera ser una molestia – dijo Brandon.
– ¿Molestia? – Respondió el director – Oh no, al contrario, estábamos ansiosos de recibirte.
El evento de bienvenida se desarrolló entre risas, sonidos de copas chocando, meseros deambulando con charolas repletas de suculentos bocadillos, manos estrechando otras manos y un sin fin de comentarios sin trascendencia.
Yo no podía evitar tratar de estar cerca de Brandon, quería escuchar lo que decía, conocer un poco más de su trato hacia otras personas, contagiarme de su entusiasmo y su sencillez.
Cuando el director preguntó quién se ofrecía a mostrarle la ciudad a nuestro huésped, fui el más elocuente y entusiasta para ofrecerme. Me sorprendió darme cuenta que apenas unos días antes me pesaba imaginar que me eligieran a mí para dicho encargo y ahora voluntariamente me estaba haciendo responsable.
Por la tarde de aquel día había programada una comida de trabajo con el personal de Sistemas, nos acompañaban a la misma mesa varias colaboradoras del sexo femenino de diferente rango, desde asistentes hasta directoras de área. Además de los temas de trabajo, Brandon nos mantuvo cautivados toda la velada con frases interesantes y amenas, de vez en cuando soltaba algún comentario gracioso que hacía que todos riéramos alegremente. Cuando alguna de mis compañeras vaciaba su vaso Brandon llamaba de inmediato al mozo – Disculpe caballero, la señorita tiene su vaso vacio, ¿sería tan amable de traerle otra bebida por favor? – Decía. No parecía ser el invitado, parecía más el anfitrión.
Después de la comida hubo varias reuniones con el director y una conferencia en la que Brandon nos expuso un caso real para ejemplificar cómo el liderazgo dentro de las áreas de sistemas puede ayudar a las empresas a minimizar las pérdidas económicas y a maximizar el uso de tecnología. Sin duda el tema me interesaba, pero lo que verdaderamente me atrapaba era cada vez que Brandon dejaba de lado el lenguaje de negocios y hacía algún comentario que ocasionaba una sonrisa de los asistentes. Parecía tener siempre algo bueno que decirle a cada persona, a cada uno de los que nos encontrábamos presentes, sin excepción.
Es el final del día, la conferencia terminó y me encuentro en el taxi con Sebastián intercambiando comentarios sobre la liga de campeones. Ya sé el nombre de sus hijos, de su esposa y me ha prometido que si recibe la botella de vino que Brandon ha ofrecido enviarle, me invitará a pasar la tarde en su casa con su familia. Mientras tanto estamos esperando a que Brandon termine de despedirse y de dejar una sonrisa en el rostro de cuanta persona se encuentra por los pasillos. Voy a llevarlo a conocer la ciudad y me siento afortunado de haber sido designado como su guía de turistas. Confieso que estoy un tanto ansioso de que llegue, pues desde este momento y hasta que lo deje en su hotel, tendré la oportunidad perfecta para convivir de cerca con un caballero de los que ya no hay, y con suerte aprender algo de la experiencia.
Aquí viene ya…
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