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  • El libro del mes

    El Fuego Verde

    Verónica Murguía

    Historia medieval de cuando los elfos y espíritus del bosque aún existían y los bosques llenaban la tierra como un mar verde

  • El disco del mes

    Ma Fleur

    Cinematic Orchestra

    Excelente disco de Acid Jazz que cuenta con la colaboración de importantes voces como la de Fontanella Bass y Patrick Watson

Amor no olvidado

Hoy te recordé y comencé a extrañarte. No sé si nunca lo superé, o si mi castigado ego provocó el mutismo que me mantiene ausente y sin embargo pendiente de tu existencia.

Quizá la neblina que asoma esta mañana por mi ventana me hizo evocar tu recuerdo, o tal vez fueron las escamas metálicas de la lluvia de anoche. No lo sé… pero esta mañana mis cinco sentidos te echan de menos.

Recordé tus pies descalzos sobre los míos y como odiabas sentir el césped; recordé la humedad de tu cabello cuando reíamos bajo la lluvia de verano, yo intentando refugiarme y tu obligándome a empaparme. También recordé el contorno de tu cuerpo bajo la breve tela de las sábanas de lino; y el sutil sabor virginal en la punta de nuestro deseo. Recordé el olor a panecillos de jengibre que salía del horno en las tardes lluviosas.

¿Cuántos besos de buenas noches compartimos? ¿Lo has olvidado? Ciento treinta y dos, contando aquel que nos dimos sin querer. No sé por qué lo recuerdo, a estas alturas ya debería haber presionado el botón de «reset».

Nunca supe qué fue de ti, me gusta pensar que me recuerdas alguna vez durante tus noches indelebles. Me gusta pensar que siempre fue tu intención contarme por qué tenías vértigo cuando te invitaba a volar conmigo; o por qué preferías vainilla en lugar de chocolate; y por qué te gustaba el pospretérito y a mi el presente perfecto. No es que quisiera que fueras como yo, pero hubiera querido que tomáramos el mismo tranvía.

No sé por qué nunca fui capaz de preparar el baúl de los amores olvidados para recibirte a ti, con bombo y platillo, con alfombra roja y pétalos de rosa regados en tu honor.

Podría volver a caminar sobre el césped, pero no deseo sentir el camino, no tiene caso sin aquellos pies descalzos sobre los míos.

La espera

El reloj marca la una mas un cuarto. Hace ya cuarenta y cinco minutos que él aguarda, impávido, desgarbado, estático, con la mirada en el horizonte, mira sin observar. Su mente se encuentra ausente, pero su presencia en aquel sombrío lugar sigue intacta.

Las manos en los bolsillos le delatan, la impaciencia le asalta y la duda lo desgarra. Su única distracción es la mesa de billar que tiene enfrente. La contempla, se imagina tomando el taco de madera, colocándose en posición inclinada sobre la mesa, fijando la vista en el centro de la brillante bola blanca y ejecutando un movimiento de brazo tan perfecto que cada objeto sobre el paño verde es tocado en el punto exacto para terminar con una carambola impecable. Sin embargo, nada de eso está sucediendo, él sigue de pie en el mismo lugar y se da cuenta que su mente busca desesperadamente escapar de la realidad. Ocasionalmente levanta un poco la mirada y observa las botellas vacías en las mesas del fondo, sin animarse a pedir una que le ayude a abstraerse del entorno.

 Dos hombres sentados en la mesa mas próxima le invitan a beber. Él sonríe con amabilidad pero declina la invitación. Los hombres impávidos mantienen la vista en sus copas, adormilados, ausentes, juntos pero solitarios, sumergidos en su propio mundo, ocultando cualquier gesto delator bajo el sombrero. Él se percata de que no hay muchos clientes a esa hora. Al fondo, otro hombre duerme sobre una mesa, utilizando sus brazos como almohada sobre la que reposa el rostro. En la esquina dos mujeres se ocupan de sus propias labores sin prestar atención a la silenciosa desesperación de cuanto ser se encuentra a su alrededor.

Sin más razones para aguardar, que una injustificada esperanza de que suceda un milagro, él sigue de pie junto a la gran mesa de billar, su inquebrantable voluntad de aguardar impávido se tambalea. El taco  de madera sigue en su posición original, las bolas no se han movido ni un milímetro, al igual que sus pensamientos. Tal vez es tiempo de aceptar la invitación de los dos hombres adormilados, tal vez es momento de salir de aquel lugar, tal vez lleva demasiado tiempo aguardando, tal vez lo que sea que aguarde no va a llegar.

Relato de día de muertos

A propósito del 2 de Noviembre, día en que se celebra el día de muertos en México.

 

Aquella era una vieja mansión cuya edad había sido olvidada por el tiempo. Se encontraba edificada justo en medio de un oscuro y mal oliente pantano. Un puente de roca conducía desde el espeso bosque hacia la pesada puerta de madera, custodiada por dos terribles estatuas con forma de temible dragón, a cuyos ojos vigilantes no escapaba visitante alguno.

Un viajero que había extraviado el camino por el bosque, llegaba en aquel momento a la orilla del puente con forma de arco. Al contemplar la vieja construcción, no pudo evitar un estremecimiento que le recorrió desde la cabeza hasta la punta de los pies. Sigiloso se acercó hasta la gran puerta de madera. Tan arrepentido se encontraba de haberse aproximado al lugar que intentó dar media vuelta. De pronto, la pesada puerta se abrió crujiendo y rechinando de manera espeluznante. Su caballo relinchó asustado, irguiéndose sobre las extremidades traseras debido a la silueta que había aparecido en el portón. Se trataba de un anciano encorvado y calvo, que a pesar de su incalculable edad ostentaba una agilidad inusual.

– Pase caballero, no debe andar solo por estos bosques, es peligroso – dijo el anciano con una voz que parecía surgir de ultratumba.

 No fue el deseo lo que hizo al viajero seguir al anciano hacia el interior, sino el enmudecimiento y la falta de argumentos para negarse.

– Lo llevaré al comedor. Hoy celebramos una ocasión especial y tanto al amo como a los invitados les alegrará contar con un comensal más –  dijo amablemente el anciano mientras se acercaban a una puerta tras la que se escuchaba el bullicio de lo que parecía ser una verbena.

El viajero se encontraba totalmente arrepentido de haber ingresado a aquel lugar, sin embargo, ambos llegaron al comedor. Tuvo que ahogar un grito de terror cuando contempló a los invitados que ocupaban las sillas alrededor de la enorme mesa de caoba: Una familia de vampiros que bebían de copas que contenían un espeso líquido color carmesí; una momia vendada de la cabeza a los pies, cuya única parte visible eran los ojos; tres demonios con cuernos y larga cola, que calentaban sus alimentos sosteniéndolos con las manos flameantes; media docena de zombies que aprovechaban cualquier distracción del resto de los comensales para robarles trozos de comida; un hombre lobo que bebía agua de un cuenco, metiendo y sacando repetidamente la lengua; algunos fantasmas juguetones que flotaban y hacían piruetas en el aire, alrededor del viejo candelabro; un espectro con manos de hueso y túnica negra, cuyo rostro era imperceptible; y finalmente una calavera que amablemente se levantó de su silla para acercarse al viajero y ofrecerle ocupar un asiento.

– Adelante noble caballero, hay comida suficiente y para todos los gustos – dijo la calavera, haciendo mover sus huesuda mandíbula.

Sin habla y sin posibilidad de resistirse el hombre avanzó hasta la silla y se sentó. – Esto debe ser una pesadilla – se repetía restregándose los ojos.

La calavera se sentó a su lado haciendo crujir sus huesos – disculpe usted la bulla, mis invitados son algo festivos –  dijo, mientras el viajero la miraba sin atinar a pronunciar palabra alguna.

El anciano mayordomo dispuso frente al viajero un plato cubierto. Al destaparlo apareció un pato horneado de aspecto suculento, acompañado de finas viandas. Acto seguido le sirvió una generosa copa de vino.

– Espero que nuestro menú para humanos le agrade – dijo la calavera anfitriona, con el mismo tono amable.

– ¿Menú para humanos? – preguntó el viajero.

– En efecto, aquí servimos un tipo de platillo diferente de acuerdo a los gustos de cada invitado – respondió la calavera – Observe. El hombre lobo gusta de comer estofado de gallina; a la familia de vampiros le servimos una copa de sangre recién exprimida; a los zombies, jugosos cortes de carne para reponer la que han perdido; a los demonios les servimos caldo preparado con las almas de los hombres que jamás se arrepintieron de sus culpas; la momia suele mostrarse inapetente, lo mismo que los fantasmas, tal vez porque ambos carecen de boca – dijo con tono meditabundo.

El viajero se sintió un poco más sereno de que ninguno de los invitados al extraño banquete acostumbrara comer viajeros recién llegados. Intentó cortar un trozo del delicioso pato horneado con viandas que le habían servido.

Los fantasmas regresaban a sus asientos, agotados de las incontables vueltas alrededor del viejo candelabro; el hombre lobo se había acercado a una de las enormes ventana a fumar un cigarrillo y tomar un revitalizante baño de luna; la momia se había acercado al sanitario, deseosa de enredarse el papel de baño en todo el cuerpo, pues nada le producía más placer que el olor a manzanilla; los demonios hacían trucos con sogas incendiadas que giraban por sobre sus cabezas, mientras se inclinaban hacia atrás hasta quedar tan flexionados que casi tocaban el suelo con la espalda; el espectro con manos de hueso permanecía impávido en su asiento; los zombies bailaban al ritmo de la música del viejo órgano tubular que era ejecutado de manera magistral por el anciano mayordomo. De vez en cuando tenían que detenerse para recoger algún pedazo de brazo u otra parte del cuerpo que solía desprenderse ante tan agitado ejercicio aeróbico.

– Cuénteme de su mundo – dijo la calavera – me interesa mucho saber como viven los humanos.

– ¿Por qué le interesa? – preguntó el viajero.

– Porque uno de mis mayores sueños ha sido apreciar de cerca su vida, poder entrar en sus hogares sin que los niños se asusten, estar presente en sus cenas, festividades y reuniones familiares – respondió la calavera – Le he prometido a mis hijos llevarlos algún día al mundo terrenal, sin embargo, sé que es difícil porque los humanos me temen, represento demasiada amargura para ellos.

El viajero se quedó pensativo por algunos momentos.

– ¿Cuántos hijos tiene? – preguntó a la calavera.

 – Cientos, miles, millones. He perdido la cuenta después de tanto tiempo, pero tengo uno por cada ser humano que cumple su ciclo de vida – respondió la calavera.

– Si la amargura es el problema creo que podemos hacer algo al respecto – dijo el viajero. Enseguida se puso de pie y se dirigió a todas las criaturas presentes.

– ¡Consíganme toda el azúcar que puedan encontrar en la mansión! – Gritó – ¡hoy la calavera y sus hijos visitarán el mundo de los humanos!

Todos los invitados sin excepción se apresuraron a la gran cocina y extrajeron millones de sacos de azúcar. El viajero comenzó a dar instrucciones a cada uno de ellos:

– Los zombies deberán conseguir todo el papel de color brillante que puedan; los demonios calentarán los calderos para derretir el azúcar; los vampiros reunirán a todos los hijos de la calavera y los traerán al gran salón; los fantasmas flotarán por todo el mundo y harán una lista con todos los nombres humanos que puedan encontrar; el espectro con sus manos de hueso introducirá a la calavera y a su familia al caldero cuando la melaza esté lista; el hombre lobo conseguirá bolsas para que yo pueda transportar a las calaveras en mi caballo; y la momia… la momia limpiará el desorden del piso y de la mesa con sus vendas; – ordenó el viajero. Todos pusieron gustosos manos a la obra, eran muy cooperativos.

Al terminar su alegre faena, el viajero montó en su caballo y lo cargó con las bolsas que contenían las calaveras cubiertas de azúcar, adornadas con papel de colores brillantes y con los nombres humanos pegados en la frente.

Desde entonces, en cada hogar humano, las calaveras de azúcar contemplan a las familias departir gustosamente entre risas, cantos y juegos.