Hoy, como cada siete de mayo, desde hace sesenta y tres años, mi madre celebra doce meses más de vida .
Como para muchas cuestiones, tengo ideas preconcebidas de las cosas. Una de ellas es que siempre imaginé a una persona de sesenta y tres años como alguien muy mayor, con el pelo encanecido, la columna encorvada y lento andar, sin embargo, no mi madre. Ella vino a romper el estereotipo auto creado que mi mente ya concebía hace mucho tiempo atrás.
Mi visión ha cambiado. La percepción que tengo de las personas de sesenta y tres años ha sido totalmente transformada por mis padres. Mi progenitor, por ejemplo, murió a esa misma edad hace ya casi un año y la gente no deja de repetirme que se fue demasiado jóven, que su vitalidad e imagen correspondían a un hombre de acero que no se dejaba doblegar por el tiempo. Mi madre, ahora cerca de alcanzarlo en edad, es otro ejemplo de fortaleza que me provoca olvidar su edad y pensar que anda rondando los cincuenta y tantos. Inclusive, llego a olvidar la edad de ambos y únicamente recupero la conciencia de su paso por la vida cuando realizo la operación matemática basada en sus años de nacimiento, pero en mi mente ambos tienen cincuenta y tantos.
Este es un año particularmente difícil para mi madre. El primero que celebra sin su hombre al lado. No le faltan amistades, ni llamadas telefónicas acompañadas de buenos deseos. Le falta la mitad de su corazón, su compañero, su eterno apoyo, no obstante, su carácter le prohíbe dar muestras de debilidad. No se puede permitir dejar de sonreír ni de socializar. Su exterior proyecta fortaleza, ánimo, esperanza; aunque su alma se encuentre rota en mil pedazos.
Mamá, te deseo un feliz cumpleaños, y que el dolor que llevas en el corazón desde el año pasado aminore con el tiempo, que tu fortaleza siga intacta, como el glaciar que no se doblega ante la ventisca gélida, que el amor que todas las personas que te conocemos sentimos hacia ti te haga superar la gran pérdida que has tenido. Yo, tu hijo, estoy aquí para mostrarte que la vida continúa, y que la dolorosa ausencia de mi padre no significa que nosotros debamos dejar de vivir…
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