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  • El libro del mes

    El Fuego Verde

    Verónica Murguía

    Historia medieval de cuando los elfos y espíritus del bosque aún existían y los bosques llenaban la tierra como un mar verde

  • El disco del mes

    Ma Fleur

    Cinematic Orchestra

    Excelente disco de Acid Jazz que cuenta con la colaboración de importantes voces como la de Fontanella Bass y Patrick Watson

El faro

Aquel día, Antón zurcaba por un eterno mar de confidencias, cuando la voz del canto de Daisy alcanzó a tocar su sombra. Aquel canto desesperanzado, que convertido en un profundo lamento, Antón escuchó una y otra vez con los ojos, y su mirada perdida no podía apartarse de los trazos de la musa.

Durante tres otoños navegó Antón a la deriva, por un océano de reglas no escritas, deseando terminar el viaje que sus letras habían emprendido tiempo atrás. Pero su caña de pescar tenía un hilo invisible, irrompible y quizá más fuerte que nunca, como si de un beso perfecto se tratara. Aquel mar de tinta, oscuro y silencioso, que parecía insondeable, de repente se iluminó con el fulgor de una estrella del norte, apacible, expectante y pendiente de su suerte.

Antón no pudo más que rendirse ante Daisy, la muchacha de la ventana, cuyos besos y piel anhelaba más que nunca, cuya historia había atestiguado desde las carreteras, a través de un tigre y una flor.

Ahora, tras los puntos suspensivos que enmarcaban una larga ausencia, Antón guardaba una pequeña esperanza, tal vez el mar no era tan profundo como parecía; tal vez la historia de los amantes anónimos, cuyos besos calaron hondo, no era una historia perdida en el tiempo. Tal vez, y sólo tal vez, Antón y Daisy encuentren su puerto, construido de añoranza, de dolor, de silencio y de un amor muy profundo y eterno.

Aquel día, Antón no deseaba otra cosa que construir un faro para iluminar la noche de Daisy.

Extrañándote

 

Te extraño… más que nunca… a ti y a tus letras

 

Extraño tu pierna desnuda en el asiento del auto…

El mundo estaba bien…

 

A pesar del velo que cubre su destino y de la demencia con la que me aferro a sus pasos, nuestras vidas están eternamente unidas por un beso, sin importar lo que suceda, ella es parte de mi; como olvidar que en aquella otra vida me sentía arropado entre sus brazos, tan inverosímil como un viaje a tierras lejanas y tan fugaz como los fuegos artificiales que se perciben desde el balcón de una celebración que nunca tuvo lugar, y sin embargo éramos ella y yo, volábamos juntos e imaginábamos personajes extraordinarios que trascendían tiempo y espacio, entonces el mundo estaba bien.

 

Solía recibirme con un beso ,casi tan perfecto como el de la primera vez, y sus labios eran tan cálidos que cualquier temor se desvanecía al entrelazar sus dedos con los míos, entonces caminábamos tomados de la mano, conversando sobre pueblos mágicos y campos de golf, sobre helados sabor macadamia y películas surrealistas de Terry Gilliam.

 

No éramos solamente dos personas más que caminaban por el callejón empedrado bajo la lluvia de junio, éramos tan protagonistas como los personajes de nuestro imaginario, cantábamos en el mismo tono, pateábamos las piñas que caían de los árboles, visitábamos cafés en los que nunca antes habíamos estado, cambiábamos la rutina cada día y lo único que invariablemente estaba presente eran aquellos besos insaciables que nos robábamos el uno al otro.

 

Quisiera poder decirle  que sus palabras siempre llegarán al puerto indicado, que sus ojos tampoco dejan de mirarme y que yo los miro con insoportable nostalgia, que me gustaba y que cada centímetro de mi piel la echa de menos. También quisiera volver el tiempo atrás y aferrarme a aquel último beso…

 

En mis sueños…

Anoche estuviste en mis sueños y te besé… fue como la primera vez, como cuando no importaban los finales no escritos, ni tampoco los escritos, no había finales, y lo único que valía era un largo beso clandestino bajo el cobijo de aquellos tres niveles de estacionamiento.

 

Tu perfume apareció en mi sueño, el jazmín que todos los días aplicabas en tu cuello de manera intencional y que era solo para mi, pude olerlo nuevamente… de forma tan vívida como aquel día.

 

Soñé que otra vez tocaba tus manos suaves y tersas, lentamente las llevaba a mis mejillas y cerraba los ojos, para sentirme protegido, para saber que estabas ahí conmigo, que solo éramos tu y yo.

 

Sueño sin sentido y sin embargo añoro volver a soñar, así como también escribo sin sentido, a veces creo que solo escribo para ti, porque a las palabras no se las lleva el viento, de alguna forma las deposita en el buzón del destinatario correcto, sigo sin saber cómo o por qué, y sé que aún sin dirigirte estas palabras llegarán a ti, y que al menos mientras me lees existo en tu mente.

 

Aquel beso parece haber atado nuestros universos, que siguen girando en sincronía aún a la distancia, y aunque tu mundo ya no me pertenece, sigo tus pasos desde aquí, miro por mi ventana esa gran mancha urbana y te siento en alguna parte, sé que también despiertas en algún lugar,  y que tus palabras y el olor a jazmín me acompañarán a donde quiera que vaya.

 

Escribo tantas cosas sin sentido, que las palabras que debería de decir no las digo y las que no debería decir fluyen sin pudor… nunca te dije que mi letra favorita es la «D».

 

Anoche te besé en mis sueños, y no quería despertar… no quería…

Carta recibida…

Cada noche fría de insomnio, él solía recordarla, se levantaba cansado de dar vueltas en la cama y volvía a leer alguna de aquellas cartas que recibiera desde algún lugar remoto, entonces le invadía una profunda nostalgia. De vez en cuando miraba dentro del buzón con la esperanza de encontrar una nueva misiva, y al parecer esta era su noche de suerte.

 

Abrió con delicadeza el sobre y comenzó a leer sin poder controlar las palpitaciones provocadas por la emoción y el misterio, pues vivía para recibir aquellas líneas escritas desde un plano sin tiempo.

 

Mientras deslizaba los ojos a través de aquellas letras, evocaba felices recuerdos al lado de su musa, y con cada palabra que leía la extrañaba más. En aquella carta ella le habló de la eternidad de un beso, de alguna que otra lágrima derramada, de una dulce nostalgia y de caminos que no volverían a encontrarse, y aunque él había jurado fortaleza, no pudo evitar que una lágrima deslizara por su mejilla y acabara cayendo sobre el papel blanco y negro.

 

Cuando terminó de leer la carta, el sol comenzaba a asomarse por la ventana, aquella carta había despejado la duda y le había dado certeza de que ella aún lo recordaba a pesar del tiempo y de la eternidad de aquel beso infinito.

 

Quizá ella había sido lo más auténtico que él pudo tener en su vida, quizá aún no se perdonaba por haber hallado el beso perfecto y haberlo perdido, quizá nunca dejaría de pensarla y de quererla…

 

La duda

 

A veces me pregunto si pensarás en mi de vez en cuando, o si aún me lees, y si en tus pensamientos soy aquel villano sin sentimientos que viajó a otra galaxia muy muy lejana.

 

En días como hoy te extraño…

Cómo sobrevivir a un 14 de febrero

Sonó el despertador, y sus sueños se diluyeron como por arte de magia.

 

– ¡Las seis! – Murmuró entre dormida y despierta.

 

Su primer deseo fue el de volver a acurrucarse y retomar el hilo de aquel sueño que si bien no era hermoso, al menos valía la pena conocer el desenlace, después de todo, eso hacía todas las mañanas hasta que su despertador se hartaba de emitir sonidos. Sin embargo, esta mañana era diferente, recordó que tenía una cita con aquel misterioso hombre que había conocido varios meses atrás en un sitio Web de citas, después de innumerables y agradables charlas, por fin habían acordado un encuentro en persona, ella incluso había mentido en su trabajo para asegurarse el día libre.

 

Se incorporó de la cama con mucho más entusiasmo que los otros días. Cuando terminó de bañarse se esmeró particularmente en su arreglo personal. Destapó aquel perfume que comprara en navidad y que había guardado para ocasiones especiales. Arregló su cabello y lo ató con la cinta azul que consideraba de buena suerte. Recordó las palabras que su amiga Verónica le había dicho durante la cena de la noche anterior:

 

– ¿De verdad estás segura de querer conocerlo? Solo tienes su foto, debes tener cuidado y asegúrate  de que la cita sea en un lugar público – Decía.

– ¡Claro que quiero conocerlo!… es muy guapo en su foto y creo que podría ser el amor de mi vida, además va a ser perfecto conocerlo precisamente el 14 de febrero, no hay nada más romántico – Respondió.

– Pues insisto en que tengas cuidado y sobre todo no te enamores de él en la primera cita – Dijo su amiga Verónica.

 

Con estas palabras en la cabeza, se acomodó el abrigo, tomó las llaves de la vieja mesa de roble y salió con rumbo a la cafetería que serviría de escenario para el ansiado encuentro.

 

– «No te enamores de él en la primera cita», como si no estuviera ya enamorada de él – Se repetía. Nunca se había atrevido a confesar sus sentimientos durante las sesiones de chat que ambos sostenían, y no sabía por qué. Quizá tantos fracasos amorosos en el pasado le llenaban de miedo el corazón. Aún así, estaba dispuesta a correr el riesgo y jamás perdía la esperanza de que esta vez fuera la definitiva, incluso usaba como protector de pantalla la foto que aquel hombre misterioso le enviara, como si fuera su mayor tesoro.

 

Llegó al café media hora antes de la hora acordada.

 

– Bienvenida señorita, ¡feliz 14 de febrero!

– ¡Gracias! Es un lindo día ¿no le parece? – Respondió… – Las cosas siempre suceden por algo – Dijo para si misma.

 

Pidió un expreso y se acomodó en unos de los mullidos sillones, no pudo hacer más que dejar que su imaginación volara, se vio a si misma envuelta en un apasionado idilio de novela, también pudo imaginar su futuro más lejano, en él se veía disfrutando de una hermosa familia, al lado de aquel hombre misterioso que ahora parecía tan cercano.

 

– Me inspira confianza, es educado y amable, además de guapo, es como el hombre que siempre soñé – Pensaba.

 

Había pasado una hora desde que llegó al café y aún estaba sola. – Tal vez mi celular se apagó y no pueda comunicarse conmigo – Pensó. Tan pronto sacó el teléfono de su bolso comprobó que funcionaba perfectamente y no tenía llamadas ni mensajes desde el día anterior. – Seguramente está atorado en el tránsito, no debe tardar en llegar – Dijo para si misma.

 

Tomó una revista y comenzó a leer un artículo que hablaba sobre cómo conseguir enamorar a cualquier hombre, trató de memorizar los consejos, uno de ellos en particular: «Conquístalo con tu sonrisa, regálale la mejor que tengas». Siempre había sido elogiada por su sonrisa, desde que era una niña, era su arma más poderosa.

 

Había leído una docena de artículos más cuando se percató de la hora – Nadie llega dos horas tarde a menos que no piense llegar – Murmuró para sus adentros. Se sintió triste, enojada, decepcionada, desesperanzada; había mentido en su trabajo para tomarse el día y ahora sentía que había sido en vano, no le importaban las razones por las que su ansiada cita no se había presentado, sabía que era el principio del fin, o el fin de lo que no tuvo principio.

 

Lloró lo más disimuladamente que pudo, no quería llamar la atención de los clientes de la cafetería que parecían envueltos en una nube rosa de 14 de febrero. Se sentía desolada y casi sin pensarlo siguió hojeando la revista.

 

– «Conquístalo con tu sonrisa»… ¡claro, si tuviera a quien conquistar! – Se repetía. Se limpió la última lágrima que estaba dispuesta a derramar por aquel hombre que había perdido la oportunidad de conocerla. En cuanto regresara a casa lo borraría para siempre de su corazón, de sus «cibercontactos» y de su protector de pantalla.

 

Con determinación decidió salir de la cafetería y volver a casa, dejó a un lado la revista y se formó en la fila para pedir un café para llevar. Se percató de que el hombre que se encontraba delante de ella en la fila era muy apuesto, cargaba un portafolio de computadora que se hallaba parcialmente abierto, un sobre asomaba por la ranura a punto de caer, así que ella le tocó el hombro.

 

– Disculpe, su portafolio está abierto y está a punto de perder un sobre» – Dijo ella.

– Ah, muchas gracias, es una fortuna que no se haya caído, es un sobre muy importante – Respondió el hombre.

– No hay de qué – Dijo ella.

– ¿Se encuentra usted bien señorita? Se le ve muy triste y con señales de haber llorado – Dijo aquel hombre.

– Si, estoy bien, es solo que no me gusta el 14 de febrero – Respondió ella.

– Bueno, a mi tampoco, me recuerda que estoy solo pero ¿sabe algo? sólo es una fecha, cualquier día debería ser un buen día – Contestó él.

– Tiene razón, pero a veces las cosas no son como quisiéramos que fueran… ¿qué se hace en estos casos para mejorar el día? – Dijo ella.

– Bueno, las cosas nunca son como quisiéramos, y esos son los retos que tenemos que enfrentar, eso es lo hermoso de la vida – Dijo aquel hombre.

– Nuevamente tiene razón, pero por ahora no se me ocurre como cambiar mi suerte – Respondió ella.

– Pues si no tiene planes para hoy podemos sentarnos a discutir sobre la suerte y la vida, yo pago el café – Dijo él.

 

Ella sintió que el día comenzaba a mejorar, lo miró y le regaló la mejor de sus sonrisas…

Planos paralelos

Sabré olvidarte con el paso de mis días; no vives en mí; no compartimos el mismo espacio ni tiempo; es más, no logro recordar tus rasgos; no puedo tenerte ni puedes tenerme; seamos pues vagabundos traslúcidos con destinos separados.

No guardes esperanza en tus rincones, pertenezco a otro mundo, a otro ferry, no mezclemos nuestros anhelos por subyugarnos a un falaz deseo, seamos incienso sin propagar, ternura sin demostrar.

Dame alas, no postergues el dolor de una utopía, sé fuerte como el roble que inmutable ve pasar al viento sin atesorarlo, no soy tu mundo, ni estoy del lado de tu acera, tienes que hacerte a la idea.

Cabalguemos en planos paralelos sin tangentes, no sabré de ti, no sabrás de mi, el recuerdo será nuestra pequeña historia trunca, sin sobresaltos, sin ataduras, sin suspiros ahogados ni rencores conservados.

Hoy me despido de ti, por favor haz lo mismo que yo a oscuras…

Amor no olvidado

Hoy te recordé y comencé a extrañarte. No sé si nunca lo superé, o si mi castigado ego provocó el mutismo que me mantiene ausente y sin embargo pendiente de tu existencia.

Quizá la neblina que asoma esta mañana por mi ventana me hizo evocar tu recuerdo, o tal vez fueron las escamas metálicas de la lluvia de anoche. No lo sé… pero esta mañana mis cinco sentidos te echan de menos.

Recordé tus pies descalzos sobre los míos y como odiabas sentir el césped; recordé la humedad de tu cabello cuando reíamos bajo la lluvia de verano, yo intentando refugiarme y tu obligándome a empaparme. También recordé el contorno de tu cuerpo bajo la breve tela de las sábanas de lino; y el sutil sabor virginal en la punta de nuestro deseo. Recordé el olor a panecillos de jengibre que salía del horno en las tardes lluviosas.

¿Cuántos besos de buenas noches compartimos? ¿Lo has olvidado? Ciento treinta y dos, contando aquel que nos dimos sin querer. No sé por qué lo recuerdo, a estas alturas ya debería haber presionado el botón de «reset».

Nunca supe qué fue de ti, me gusta pensar que me recuerdas alguna vez durante tus noches indelebles. Me gusta pensar que siempre fue tu intención contarme por qué tenías vértigo cuando te invitaba a volar conmigo; o por qué preferías vainilla en lugar de chocolate; y por qué te gustaba el pospretérito y a mi el presente perfecto. No es que quisiera que fueras como yo, pero hubiera querido que tomáramos el mismo tranvía.

No sé por qué nunca fui capaz de preparar el baúl de los amores olvidados para recibirte a ti, con bombo y platillo, con alfombra roja y pétalos de rosa regados en tu honor.

Podría volver a caminar sobre el césped, pero no deseo sentir el camino, no tiene caso sin aquellos pies descalzos sobre los míos.

El inicio del resto de nuestra vida

Aquella húmeda mañana de verano dentro de una estación del metro, Angelo se frotaba las manos, un poco por nerviosismo, otro poco por la gélida temperatura. Le aguardaba un encuentro plagado de ansiedad, pactado en forma de cita a ciegas. Solamente contaba con una fotografía, algunas llamadas telefónicas y un par de e-mails. Se preguntaba si todo aquello sería suficiente para reconocerla.

– Llevaré una blusa negra y jeans color azul – Había dicho ella en su última conversación.

Angelo jamás había visto tantas personas con blusa negra y jeans azules. Se sentía un poco avergonzado cada vez que le sonreía a alguna mujer que llevaba aquella combinación y que lejos de devolverle la sonrisa, le dirigían una mirada de  temerosa desconfianza.

Cuando Luisa entró, todas las dudas de Angelo se despejaron. Era ella, la reconoció al instante. Se veía igual que en la fotografía, un poco más linda.

Afuera llovía ligeramente. Se encaminaron hacia la cafetería más cercana. Angelo sostenía el paraguas de Luisa, y le tomaba del brazo cada vez que tenían que cruzar una avenida.

Ordenaron hamburguesas, refrescos y papas fritas. Charlaron durante varias horas, se contaron anécdotas y se dirigieron miradas furtivas.

Cuando salieron, había anochecido. Angelo la acompañó hasta la estación del autobús. Luisa dejó pasar varios de ellos sin decidirse a abordar alguno. «Ahora sí me voy en el siguiente», decía cada vez que un autobús partía sin ella a bordo.

Luisa buscó la mano de Angelo pero no pudo encontrarla debido a que él la tenía dentro del bolsillo del pantalón, sin embargo, aquella acción los había acercado lo suficiente. Se miraron a los ojos, acercaron sus rostros y se fundieron en un beso plagado de esperanza.

Los días siguiente fueron perfectos. Habían creado su mundo y el amor florecía con cada momento compartido. Se habían tomado de la mano para transitar por la vida y acompañar su existencia juntos, codo a codo, sin barreras impenetrables, sin obstáculos insondables, hasta entonces…

Habían cumplido un mes juntos cuando llegó una inesperada noticia. Una noticia que Luisa había estado esperando desde mucho tiempo atrás. Habían aprobado un proyecto que ella inició y que sería vital para su formación profesional. Sin embargo, el proyecto implicaba que Luisa tuviera que partir durante varios meses a una remota región, en medio de la selva y vivir en una comunidad marginada, en la que no había electricidad ni medios de comunicación. Angelo tenía sus propias obligaciones laborales que no podía dejar, por lo que la situación se tornó indescifrable. Su pequeño mundo se movía en direcciones opuestas. Tenían que decidir.

El adiós estuvo cargado de emociones e incertidumbre. Las manos de Luisa y Angelo se sujetaron más fuertemente que nunca e hicieron una promesa. Se encontrarían varios meses después en un punto acordado, en el pueblo más cercano a la comunidad marginada en la que Luisa se hospedaría. Sabían que apostaban en contra de las posibilidades de que aquel reencuentro sucediera en realidad, pues sin comunicación y con tanto tiempo de por medio, cualquier cosa podía suceder.

Al paso de los días, la incomunicación sobrepasaba las esperanzas. Ninguno de los dos tenía alguna señal de que seguían ahí. Angelo leía una y otra vez los e-mails intercambiados con Luisa antes de conocerse. Portaba su fotografía a donde quiera que iba. Pensaba mucho en ella.

Por su parte Luisa escuchaba una y otra vez el CD de música que Angelo seleccionara especialmente para ella y que le había regalado antes de su partida. Contaba tan solo con un reproductor de discos que utilizaba baterías, por lo que aquel acto de recordar a Angelo mediante el CD duraría hasta que la última batería se agotara.

Ninguno olvidó la fecha prometida, y al cabo de muchos meses de recuerdos, añoranza e incertidumbre, Angelo tomaba el autobús rumbo al punto acordado, a dieciséis horas de distancia, sin saber siquiera si ella estaría ahí o si él seguiría en su memoria. No sabía nada de Luisa desde hacía varios meses. Le dolía imaginarse estando en el punto de encuentro acordado y que ella no llegara.

Descendió del autobús. Tomó un taxi hasta donde llegaba el camino y de ahí le pidió a un hombre que conducía una carreta que lo llevara a cambio de algunas monedas.

En el lugar pactado, había mucha gente. Angelo buscó con la mirada pero no vio a Luisa por ningún lado. Recorrió todo, incluso preguntó a cualquiera que quisiera responder, si habían visto a alguien con las características de Luisa. Finalmente al cabo de un rato de agónica incertidumbre, pudo ver a la distancia una figura conocida, en el mismo lugar, en el mismo punto en el tiempo. Ella llevaba una blusa negra y jeans de color azul…