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  • El libro del mes

    El Fuego Verde

    Verónica Murguía

    Historia medieval de cuando los elfos y espíritus del bosque aún existían y los bosques llenaban la tierra como un mar verde

  • El disco del mes

    Ma Fleur

    Cinematic Orchestra

    Excelente disco de Acid Jazz que cuenta con la colaboración de importantes voces como la de Fontanella Bass y Patrick Watson

Cuento para una amiga…

 

Me pareció conocida, como si no fuese la primera vez que nuestros mundos se intersectaban. Me encontraba a punto de cruzar la calle cuando ella se detuvo junto a mi. Por más que me esforzaba no lograba atinar cómo es que me era tan familiar.

 

Ella tenía colocados los audífonos y tarareaba una canción de moda, sin importarle en lo más mínimo la gente a su alrededor. Miré por encima de su hombro y pude ver una lista ordenada de canciones en la pequeña pantalla de su iPod.

 

De pronto esas canciones me remontaron a viejos recuerdos, tal vez almacenados en alguna parte de mi mente o tal vez fruto de mi más surrealista conciencia. En mi evocación la recordé con aquel vestido rojo que le sentaba tan bien. Hacía tanto tiempo que me costaba trabajo visualizarla. En ese entonces le había pedido su teléfono sin pensarlo dos veces, y tiempo después, tras la duda y la indecisión, habíamos acudido a aquella primera cita en la que descubrimos las cosas que teníamos en común, como que éramos del mismo barrio y que nos gustaban los animales.

 

Recordé aquel rincón en el que solíamos tomar café por las tardes, que fue testigo de nuestros desvelos, nuestras risas y nuestros sueños.

 

Recordé los caramelos multicolor que me había regalado, a cambio de no olvidar su bebida favorita.

 

Recordé la emoción de haber formado aquel dueto de violín y guitarra, con el que juntos recorrimos el mundo, armonizando a la perfección y comunicando en un lenguaje intangible pero claro para nosotros.

 

Recordé cómo se balanceaba en el aire cuando intentaba escalar una escarpada pared de roca, mientras yo le gritaba que bajara de ahí. Siempre le atrajeron las emociones fuertes y eso era lo que más me gustaba de ella, audaz y encantadora.

 

Recordé cuando subió a su auto y arrancó a gran velocidad, entonces entristecí y la eché de menos. No habría más recorrido gitano por el mundo acompañados de violín y guitarra, no la vería más en su vestido rojo ni habría más tardes de café, no más caramelos ni galletas y no más tés chai sin lactosa.

 

Recordé que el corazón existe para que te lo rompan…

 

Cuando más entristecido por su partida me encontraba, un sonido de claxon me hizo mirar la luz que había pasado de rojo a verde, sin embargo, por alguna razón ya no deseaba cruzar la calle. Ella me miró para regalarme la más tierna de las sonrisas. Tal vez era un nuevo personaje que yo había creado en alguna noche de desvelo, o tal vez nos habíamos conocido en alguna vida pasada. No lo sé.

 

– Que buenas canciones tienes en tu iPod – Le dije sonriendo.

 

 

Planos paralelos

Sabré olvidarte con el paso de mis días; no vives en mí; no compartimos el mismo espacio ni tiempo; es más, no logro recordar tus rasgos; no puedo tenerte ni puedes tenerme; seamos pues vagabundos traslúcidos con destinos separados.

No guardes esperanza en tus rincones, pertenezco a otro mundo, a otro ferry, no mezclemos nuestros anhelos por subyugarnos a un falaz deseo, seamos incienso sin propagar, ternura sin demostrar.

Dame alas, no postergues el dolor de una utopía, sé fuerte como el roble que inmutable ve pasar al viento sin atesorarlo, no soy tu mundo, ni estoy del lado de tu acera, tienes que hacerte a la idea.

Cabalguemos en planos paralelos sin tangentes, no sabré de ti, no sabrás de mi, el recuerdo será nuestra pequeña historia trunca, sin sobresaltos, sin ataduras, sin suspiros ahogados ni rencores conservados.

Hoy me despido de ti, por favor haz lo mismo que yo a oscuras…

Amor no olvidado

Hoy te recordé y comencé a extrañarte. No sé si nunca lo superé, o si mi castigado ego provocó el mutismo que me mantiene ausente y sin embargo pendiente de tu existencia.

Quizá la neblina que asoma esta mañana por mi ventana me hizo evocar tu recuerdo, o tal vez fueron las escamas metálicas de la lluvia de anoche. No lo sé… pero esta mañana mis cinco sentidos te echan de menos.

Recordé tus pies descalzos sobre los míos y como odiabas sentir el césped; recordé la humedad de tu cabello cuando reíamos bajo la lluvia de verano, yo intentando refugiarme y tu obligándome a empaparme. También recordé el contorno de tu cuerpo bajo la breve tela de las sábanas de lino; y el sutil sabor virginal en la punta de nuestro deseo. Recordé el olor a panecillos de jengibre que salía del horno en las tardes lluviosas.

¿Cuántos besos de buenas noches compartimos? ¿Lo has olvidado? Ciento treinta y dos, contando aquel que nos dimos sin querer. No sé por qué lo recuerdo, a estas alturas ya debería haber presionado el botón de «reset».

Nunca supe qué fue de ti, me gusta pensar que me recuerdas alguna vez durante tus noches indelebles. Me gusta pensar que siempre fue tu intención contarme por qué tenías vértigo cuando te invitaba a volar conmigo; o por qué preferías vainilla en lugar de chocolate; y por qué te gustaba el pospretérito y a mi el presente perfecto. No es que quisiera que fueras como yo, pero hubiera querido que tomáramos el mismo tranvía.

No sé por qué nunca fui capaz de preparar el baúl de los amores olvidados para recibirte a ti, con bombo y platillo, con alfombra roja y pétalos de rosa regados en tu honor.

Podría volver a caminar sobre el césped, pero no deseo sentir el camino, no tiene caso sin aquellos pies descalzos sobre los míos.

Agradecimiento al vecino

Camino por el pasillo blanco y frío, con sonido a aire acondicionado y olor a combustible. Busco el asiento 19-D. En mi andar me encuentro con bienvenidas, con sonrisas obligadas y con una hilera de personas aguardando a que un pasajero acomode el equipaje en los compartimientos superiores. Por fin, 19-D. Un extraño ocupa el asiento contiguo y me mira con una sonrisa forzada que me apresuro a devolver. Media hora después, recorremos los aires por encima de valles y nubes. Destino final: la cálida ciudad de San Salvador.

Durante el arribo me siento como un extraño, rodeado de un ambiente desconocido, con costumbres que ignoro completamente y mi único punto de contacto con este mundo irreal es un hombre de camisa de mangas cortas y ojos largos, que sostiene en lo alto un letrero con mi nombre.

El trayecto al hotel es más o menos de una hora, durante la cual escucho absorto el acento centro americano del conductor, que me cuenta sobre el clima, sobre los lugares que no debo perderme, sobre las precauciones que cualquier visitante debe tener al recorrer los sitios de interés. Finalmente llegamos a un hotel, cuya fachada no evoca ningún lujo. El trámite de ingreso es extremadamente sencillo, mi habitación confortable pero pequeña, la vista… no hay, solo penumbra en el exterior, son las ocho de la noche.

Mi deseo y curiosidad de interacción con los lugareños es tal, que a pesar del cansancio provocado por el vuelo, decido bajar a cenar al restaurant del hotel. Lo primero que noto, es la calidez y amabilidad de todo el personal. No se siente como una amabilidad forzada por políticas escritas en un manual de atención al cliente. No…, esto es… diferente, es… sincero, agradable en extremo y desconocido, es… San Salvador.

Por la mañana me despierta el sonido de una voz de mujer que vende algún tipo de desayuno que no alcanzo a comprender. Corro las cortinas y por fin puedo ver el lugar en el que me encuentro. Tengo frente a mi un enorme cerro totalmente lleno de vegetación, con nubes que flotan en la parte media de aquella colina, dejando asomar por encima la parte superior. El sonido exterior es de perros ladrando, gallos cantando, voces de personas con acento salvadoreño que caminan por la acera comentando las novedades del día. Abro la ventana y me inunda una sensación de cálida humedad en el rostro. Inicia mi semana.

Toda mi estadía, es acompañada por sonrisas amables de cuanta persona cruza en mi camino, por historias y anécdotas que los lugareños gustosos comparten conmigo. No hay rivalidad. No hay mexicanos, españoles, salvadoreños, hondureños ni guatemaltecos; hay sin embargo, hermandad, humildad, calidez, interés por el prójimo y corazones abiertos.

El tiempo pasa volando, transcurre mi semana de estancia, no soy el mismo que al llegar aquí, mi espíritu se ha transformado. Mi esperanza en la humanidad se ha renovado. Me voy con un sentido de nostalgia pero satisfecho por el aprendizaje, por haber cruzado mi camino con todos esos salvadoreños cálidos y amables que me abrieron las puertas de su ciudad. Recuerdo especialmente a E.G. que se encargó de todos mis traslados y cuyo almuerzo de “pupusas” con café del último día recordaré por siempre.

Nuevamente cargo mis maletas, que son testigos de tan encantadora experiencia. Me acompañan mi pase de abordar, mis recuerdos y una amplia sonrisa. Dejo atrás amigos, cuya imagen llevaré por siempre en mi corazón y quién sabe, tal vez pronto podamos reencontrarnos.

Ahora busco el asiento 26-A, deseoso de regresar a mi patria, pero nostálgico y con un inesperado amor por una maravillosa ciudad: San Salvador

Carta a mi padre

Hola papá.

Sé que es improbable que estas palabras lleguen a ti, en verdad me gustaría creer que me observas desde alguna parte, pero mi escepticismo lo hace difícil. Sin embargo, he querido destinarte este texto porque en lo más hondo de mi alma sigues con vida. A ese ser invisible, alojado en algún rincón de mi ser, es a quien dirijo estas líneas, mientras en mi mente sigo contemplando y añorando tu imagen de carne y hueso.

¿Recuerdas ese poema que te gustaba tanto? “En vida hermano en vida“. ¿Cuántas veces me dijiste que los sentimientos deben ser dirigidos a los seres especiales mientras se encuentran en este mundo? Yo entonces lo entendía, pero la idea comenzó realmente a cobrar sentido desde que te fuiste. Quisiera haberte dicho tantas cosas que ya no me es posible, ojalá te hubiera abrazado más veces, o te hubiera dicho aunque sea una vez que te amaba.  Ya ni siquiera importa si alguna vez te lo dije, ahora que no estás aquí quisiera decírtelas por primera vez o de nuevo.

Tengo tantos recuerdos de tí, que no me alcanzaría el resto de la vida para evocarlos. Recuerdo cuando era pequeño y me hacías pelotas de béisbol compactando bolsas de hule y reforzándolas con cinta adhesiva, eran las mejores pelotas de béisbol del mundo. Me enseñaste a batear y a lanzar. Me enseñaste a patear un balón e incrustarlo entre tres postes. ¿Recuerdas cuando le tirábamos a aquellas latas de aluminio con una resortera? ¡Era el juego más divertido que pudiera haber existido! O cuando construiste aquel puente colgante en miniatura, para que pudiera recrear escenarios de aventuras durante mis juegos infantiles, ¿y cuántos juguetes rotos reparaste con todo tu amor e ilusión para que tu hijo disfrutara de más horas de juego? No llevé la cuenta.

Me convenciste de aprender a andar en bicicleta y solías correr detrás de mi para sujetarme en caso de que perdiera el equilibrio. Aquella vez que me caí tenías tanto remordimiento por creer que había sido un descuido tuyo. Quiero decirte que no fue tu culpa, yo aceleré de más. Sé que siempre te costó trabajo dejarme caer, incluso en las circunstancias difíciles de la vida. No tienes de que preocuparte, aprendí a levantarme.

Siempre sentí que era tu orgullo. Recuerdo cuando me llevaste a tu trabajo. ¡Con qué orgullo me presentabas ante el resto de la gente! Incluso guardo en mi memoria aquel día en el que te ufanabas de tener un hijo de cuatro años que sabía leer y escribir. Tu rostro resplandecía de orgullo cuando pronuncié aquellas palabras impresas en un calendario de pared: “Mecánica automotriz” a la edad de cuatro años frente a algunos parientes lejanos que no podían creerlo.

Y cuando me enseñaste los primeros acordes de guitarra, y a oler los aromas del campo; a ver los amaneceres sentados en una piedra; a encontrar figuras en las nubes tumbados en el césped; a mirar cómo la lluvia se iba acercando poco a poco desde la lejanía, hasta que nos hacía correr para no empaparnos; a contemplar con fascinación los movimientos y actitudes de los perros, las vacas, los caballos y las aves; o cuando cortábamos aquellos tréboles con sabor a limón.

Papá, te extraño mucho. Quisiera devolverte todo lo que alguna vez me diste, lo valoro mucho. Quisiera abrazarte y decirte que todo está bien, que yo puedo hacerme cargo, que no tienes nada que temer porque tu hijo está aquí, más fuerte que nunca y eso es gracias a ti. Quisiera decirte tantas cosas, quisiera agradecerte, quisiera que supieras lo orgulloso que estoy de haber tenido el mejor padre que la vida pudo darme, quisiera abrazarte una vez más…