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Filosofía petrolera

El señor P era de complexión robusta, de mediana edad pero tenía el cabello cano, lo que dificultaba calcular su edad. Vestía traje todos los días y tenía problemas intentando abrochar el botón del saco debido a su barriga. Parecía que nunca podía parar, pues su carácter controlador y metódico le hacía tomar varias actividades a la vez, involucrarse en todo, dirigir a las personas e intervenir en conversaciones a las que normalmente no era invitado. Aquellas características, cultivadas desde los años de su juventud, le habían llevado a crear un verdadero imperio en la industria petrolera. Su negocio, una empresa familiar dirigida por él y sus dos hijos, se había convertido al paso de los años en la más importante del país.

Aquella tarde, se había convocado a un evento masivo en un salón de un elegante hotel. La prensa se hallaba presente para documentar cualquier novedad que valiera su peso en oro. El señor P, se encontraba presente, pues nunca se perdía una invitación a un evento como ese. Le gustaban los reflectores pero cuidaba sus palabras, sobre todo cuando los cuestionamientos de la prensa ponían en riesgo su reputación o percibía una doble intención.

El señor P escuchaba atentamente la participación del ingeniero R, que hablaba con la soltura que le daba la experiencia. Se trataba de un potentado hombre de negocios, unos diez años más joven, con ideas novedosas, que al igual que el señor P había logrado una considerable fortuna y una poderosa influencia en el sector. Ambos habían sostenido una lucha de proporciones épicas durante mucho tiempo para ganar el mercado petrolero y año tras año, el señor P resultaba vencedor debido a su experiencia y sus habilidades como estratega.

– ¡La industria petrolera se verá beneficiada a nivel global mediante la adopción de un nuevo modelo de negocio en el que nosotros somos pioneros! – Casi gritaba el ingeniero R con actitud ufana frente a la multitud de asistentes que asentían con la cabeza.

El señor P escuchaba sin prestar demasiada atención, casi mirando la punta de sus propios zapatos, pues solía dudar de cualquiera que pareciera saber más del negocio petrolero que él, sobre todo cuando se trataba de su mayor competidor el ingeniero R, y a decir verdad, estaba un poco harto de tocar siempre los mismos temas en esos eventos. Los últimos veinte años de su vida había estado en todos y cada uno de los foros masivos que se llevaban a cabo por lo menos tres veces al año, siempre con los mismos temas y siempre bajo el escrutinio público. Sabía que terminada su participación sería asediado por los periodistas presentes, pues siempre le tocaba el último turno para subir al podio y cada año opacaba en sus presentaciones a las del ingeniero R.

Sin embargo, aquel año sería diferente. Cuando por fin le tocó hacer su presentación, el señor P se tomó las cosas con tranquilidad. Los presentes esperaban ansiosos las primeras palabras del hombre que año con año demostraba ser la mayor influencia en el medio petrolero. Una palabra suya bastaba para cambiar todo el sentido de la industria para el próximo año. El señor P se acomodó el poco cabello que rodeaba su cabeza como una corona, tomó el vaso con agua que le habían acercado los organizadores del foro, bebió todo el contenido del vaso sin ninguna prisa, lo colocó de nuevo en su lugar, se acomodó la corbata sosteniendo el nudo con ambas manos y girando la cabeza de un lado a otro. Tomó el micrófono y lo elevó hasta una altura adecuada para su estatura, miró en silencio a los cientos de cabezas que aguardaban expectantes e impacientes, y finalmente pareció listo para comenzar a hablar.

– Ya lo ha dicho todo el ingeniero R – fueron sus únicas palabras.

En seguida bajó del podio ante la mirada atónita de los asistentes, que murmuraban entre sí, creando un efecto sonoro masivo, que poco a poco crecía en intensidad. Por supuesto la mirada más estupefacta de todas era la del ingeniero R que no alcanzaba a comprender si aquello era una estrategia inesperada de su rival para derrotarle nuevamente. El resto de los ponentes miraban la escena con la boca totalmente abierta.

Los reporteros saltaron en seguida de sus asientos lanzando al aire cientos de preguntas simultáneas para el señor P, que nuevamente ocupaba su silla detrás de la barrera protectora que mantenía a los expositores fuera del alcance de los ávidos periodistas, mientras uno de los organizadores gritaba a todo pulmón encima de aquel tumulto humano, tratando de calmar los exaltados ánimos. El señor P miraba sin inquietarse en absoluto.

– ¡Calma señores, uno de ustedes, seleccionado por el señor P, tendrá derecho a hacerle una pregunta y sólo una! – condicionó uno de los organizadores a los reporteros que seguían peleándose el derecho de una entrevista.

El señor P escogió al reportero que representaba al medio más importante del país, pues aunque su hartazgo acumulado por los años era grande, no podía romper con el hábito de ejercer su acostumbrado protagonismo, sin embargo sabía que únicamente se transmitía al aire una entrevista de todas las que se hacían durante un evento de esa magnitud y a diferencia de otros años, no deseaba que fuera seleccionada la suya, incluso estaba seguro que este año se transmitiría la del ingeniero R y él mismo contribuiría para que esto ocurriera y ganarse por primera vez el derecho de desaparecer de la escena pública para tomarse un descanso.

– Señor P, ¿qué es en este momento lo usted valora más? – preguntó el reportero, tratando de inducir una respuesta que revolucionara la industria petrolera y le otorgara una exclusiva de grandes dimensiones. El ingeniero R era el más expectante y todos sus sentidos se encontraban en alerta para estudiar la respuesta que daría su contrincante de negocios.

– Mi tranquilidad – respondió el señor P.

– Pero, ¿eso qué tiene que ver con el negocio petrolero? – casi gritó el reportero ante las exaltadas protestas del resto de los entrevistadores, cuya oportunidad de preguntar había sido frustrada y que no estaban dispuestos a permitir una segunda pregunta del afortunado que había sido escogido por el señor P.

– No tiene nada que ver con el negocio petrolero, pero usted me ha preguntado que valoro más y eso es mi tranquilidad – respondió el señor P -, así que si lo desea podemos hablar de eso o me veré obligado a pedirle que no me pregunte más – concluyó.

– Está bien señor P, hablemos sobre la tranquilidad – dijo el reportero.

Casi diez minutos después el señor P había hecho toda una disertación sobre la tranquilidad y sobre como su carrera de prominente ingeniero y empresario le había creado un estilo de vida completamente carente de momentos de reposo. Habló de Freud, habló de Platón, habló de Sócrates, habló de Mandela, habló de Dios, habló de Buda, habló de John Lennon, habló de Charles Dickens, y sobre todo habló de lo mucho que lamentaba no haber destinado más tiempo a sus seres queridos y a su persona. Habló de todo menos de petróleo. 

El evento de aquel año concluyó con las entrevistas al resto de los participantes, incluido el ingeniero R que no desperdició la oportunidad y contestó a todas las preguntas de los reporteros. ¡Le habían dejado el camino libre para colocarse como protagonista de la industria por primera vez en muchos años!

Una semana después, el señor P se encontraba en la casa de campo que había adquirido algún tiempo atrás. Aprovechaba que este año no sería el hombre del momento en la industria petrolera ni en los medios y era la oportunidad perfecta para tomarse un merecido descanso. Se hallaba en la sala con su familia mirando el noticiero cuando se anunció el reportaje estelar de la sección de negocios, cuyo tema era el evento petrolero de la semana anterior. Se promovía con grandes pompas que después del corte publicitario se transmitiría la entrevista a uno de los líderes más influyentes de la industria del petróleo, que había sido seleccionada de entre el resto de las entrevistas.

El señor P se dispuso a escuchar las palabras del ingeniero R, con la misma actitud de desparpajo que adoptaba siempre que tenía que oírle, pues estaba seguro que habrían escogido a su más cercano competidor debido a que él mismo había salido de la contienda al rehusarse a tocar temas empresariales. 

Para su sorpresa, una vez concluida la sección publicitaria, el mismo reportero que lo había entrevistado apareció en pantalla. Anunciaba la entrevista exclusiva que se transmitiría a nivel nacional sin cortes ni ediciones, cuyo título era: «Los ingenieros petroleros también filosofan». Una vez más, el señor P había influido de manera significativa en el rumbo de la industria petrolera con aquella aparición en televisión, y los reflectores estaban puestos en él más que nunca.

A partir de aquel año, las preguntas de los reporteros incluían cuestionamientos de carácter filosófico.

«Las personas no buscan protagonismo, el protagonismo es el que busca a las personas».

 

La coincidencia

(Basado en una historia real)

Aquel lugar era una vieja casona, de estilo rústico y olores cálidos, que había sido remodelada para construir habitaciones que en la época de vacaciones eran ocupadas por montones de alegres turistas. El corredor principal llevaba a un amplio jardín, repleto de limoneros, naranjos, colorines, rosales y  palmeras altas e imponentes que eran sacudidas por las ráfagas del viento otoñal, que comenzaba a permear en la región.

Don Silvestre Mejía trabajaba en aquella posada desde que aún era habitada por la dueña hacía quince años, pero ahora había sido adaptada como un lucrativo albergue turístico. Se trataba de un hombre maduro, de cabello cano, estatura mediana y complexión delgada. Aquella mañana silbaba alegremente una tonada local, mientras recogía los vasos de cristal que se encontraban en las mesas de hierro forjado con cubierta de cristal de la terraza, que apenas unos minutos atrás eran ocupadas por algún comensal. Le gustaba sonreír cuando cruzaba la mirada con los huéspedes y su atención hacia ellos era sumamente amable. Muy frecuentemente se detenía a conversar con quien fuera que respondiera a su sonrisa. Hablaba del clima; de las últimas noticias de nota roja; del huracán, que acababa de asolar la región una semana atrás; de la receta del día, que la esmerada cocinera reservaba celosamente como sorpresa  hasta la hora del almuerzo; de las zonas de la ciudad a las que se podía ir sin mayor problema y de aquellas que eran consideradas de peligro. Cualquier tema era ideal para socializar. Como cuando tres días atrás su mujer le pidiera pasar a comprar los materiales que su hija de cuatro años necesitaba para la escuela y que él olvidara por completo, teniendo que llevar consigo a la niña al trabajo, para dejarla encargada con Julián, el hombre de la recepción, mientras él iba de carrera a comprar los materiales, y más tarde a dejar a la niña a la escuela. Todo esto sin que su jefe o su mujer se dieran cuenta de semejante descuido.

Aquel día, Don Silvestre se iba a llevar la sorpresa de su vida, cuando se encontraba recogiendo los trastos sucios de las mesas. Un objeto de brillante color rojo que ondeaba en la copa de un árbol del jardín llamó su atención. Se trataba de un globo de helio con alguna especie de carta pendiendo del hilo que sujetaba la boquilla y que se había enredado en las ramas. Buscó la vieja escalera de aluminio, que utilizaba para podar los arbustos; Subió hasta el brillante objeto y lo descolgó. La hoja de papel que pendía del hilo era un sobre cerrado, con algo escrito en él, que Don Silvestre no podía distinguir debido a que no llevaba puestas sus gafas. Entró a la cocina a buscarlas, se colocó bajo la luz de una lámpara y leyó aquellas palabras escritas en el sobre, que provocaron que su corazón diera un vuelco.

“Dirigido a: Silvestre Mejía”

– ¡Yo soy Silvestre Mejía! ¿Cómo pudo llegar esto aquí? ¿Quién me lo mandaría y de esta forma tan extraña? – Se preguntó.

 Presuroso abrió el sobre y comenzó a leer:

 

   ”Me siento muy orgulloso de todo lo que he logrado durante estos años que he tenido la oportunidad de recibir una educación a pesar de que mi familia no es de ingresos altos y agradezco a Dios, que seguramente recibirá esta carta en el cielo, por todo lo que me ha dado. Atentamente: Andrés Alberto Ruvalcaba, 7 años”.

Don Silvestre quedó sumamente intrigado por el contenido de aquella misiva, pues no entendía la razón del contenido y mucho menos por qué iba dirigida a él. Repetía mentalmente aquellas palabras escritas sin comprender.

– ¿Un niño de siete años? ¿Por qué me escribió? ¿Y con una carta en un globo? – Repetía mentalmente sin entender.

Cuando abrió nuevamente el sobre para meter la carta, se percató de que había una pequeña tarjeta en el interior que no había visto al principio.  La sacó y leyó lo que tenía escrito:

«Escuela Silvestre Mejía, forjando a los niños del futuro”.

Después de unos instantes de sorpresa e incredulidad, tomó el directorio telefónico y buscó en la sección de escuelas. Ahí estaba, se trataba del mismo anuncio publicitario que acababa de leer en la pequeña tarjeta. “Escuela Silvestre Mejía, forjando a los niños del futuro”. Don Silvestre no podía dar crédito a lo que acababa de leer, tuvo que leerlo y releerlo varias veces más. La escuela llevaba su nombre. De inmediato tomó el teléfono y llamó al número que aparecía en el directorio para asegurarse que era real.

 – ¿Quién llama? – Dijo una voz de mujer del otro lado del teléfono.

 – Soy Silvestre Mejía.

 – No tengo tiempo para bromas – Respondió la voz  de la mujer con tono de enfado y acto seguido colgó.

Desde entonces, Don Silvestre tuvo una anécdota más que contarle a los huéspedes de aquella posada de estilo rústico y olores cálidos.